Es muy frecuente leer y escuchar acerca del interés de los críticos por el significado y la trascendencia de la arquitectura. El criterio general de selección de las obras que vale la pena analizar y sobre las que ameritan escribir textos críticos depende de la subjetividad de cada profesional, pero es indispensable que dichas obras reúnan características que las hagan significativas para quien las estudia, a veces en sentido positivo y en otras por sus características negativas, y que llaman la atención del crítico.
No tengo ningún apuro en externar mi propio criterio para definir la calidad arquitectónica, el cual tiene tres ejes principales y paralelos: lo que busco en las obras de arquitectura son los elementos que muestren simultáneamente expresiones construidas de eficiencia, complejidad y creatividad.
La eficiencia se relaciona directamente con el programa de necesidades que da origen a todo proyecto. No hay que olvidar que la arquitectura es, antes que nada, un servicio profesional. La eficiencia en el desarrollo del potencial del programa arquitectónico resulta en constructores que eligen con inteligencia los materiales, estructuras e instalaciones y el óptimo aprovechamiento del espacio disponible. Una obra eficiente reduce el costo de construcción y mantenimiento al mínimo posible, sin detrimento de su capacidad expresiva. Sin embargo, si dicha obra es solamente eficiente no resultará especialmente significativa.
Para complementar la eficiencia, la obra debe ser compleja; para ello, el arquitecto debe tomar en cuenta el contexto donde se localiza su obra. El contexto no solamente se compone de las inmediaciones físicas y urbanas de la obra, sino también se extiende a otros tres contextos: la cultura, la historia y la política. La complejidad existe no porque sea un objetivo que persigue el proyecto, sino por la necesidad de interpretación de todas las externalidades; en ello también caben las consideraciones filosóficas y estéticas que haga el arquitecto, así como la manifestación de su postura crítica respecto al contexto.
La capacidad de síntesis que es necesaria para que una obra arquitectónica adquiera significado se puede resumir como creatividad. Esta característica es subjetiva, se compone de la capacidad de innovar que posea el arquitecto, combinada con la templanza que permita que la obra establezca un diálogo con la historia, la cultura, la sociedad, la ciudad y la naturaleza que la circundan. Dicha creatividad no es inmediata sino dinámica, y cambia con el paso del tiempo, pero de ella deriva la aceptación y el afecto que la crítica, el público y los ocupantes desarrollen frente a la obra arquitectónica, algo que solamente es posible evaluar con una.