Contundente, habla sobre su convicción para dedicarse al baile y responde sin vacilar: “Nunca hubo duda”. Se nota. A sus 20 años, Martí Gutiérrez Rubí (Zapopan, 2002) no titubea en sus estrategias por el mundo de la danza que lo han llevado a una carrera ascendente con distintas escalas fuera de México, desde la escuela Fernando Alonso, en La Habana, hasta un vuelo más alto en Europa; primero, a la Ballettschule Theater Basel, luego a ser reconocido como uno de los mejores 20 en el prestigioso y competitivo Prix de Lausanne, y ahora al Junior Ballett Zürich.
Enfocado, no pierde el tiempo ni energía en “tantear” el talento ajeno: “Paré de compararme” y así, enfatiza: “Lograr todo por el bailarín que soy”.
En un breve descanso de unas cuantas semanas, aprovecha y viaja a México desde Zúrich para dar un curso de ballet en Guadalajara. Pactamos sesión para captar las mejores imágenes. Tímido, sonriente, mirada directa, se deja dirigir por el editor de fotos de MILENIO.

Y ahí surge la magia: sin aparentar esfuerzo alguno, vuela ante la cámara con su 1.83 metros de altura para, con elegancia felina, levitar y congelar por instantes al tiempo y reiterar lo que Rudolf Nureyev consignaba: “Lo principal es bailar, y antes de que se seque de mi cuerpo, seguiré bailando hasta el último momento, hasta la última gota”.
A los tres años fuiste el patito feo en escena; soñabas con ser príncipe en el ballet; 17 años después, ¿cómo va ese sueño?
Lo estoy cumpliendo. He bailado como el príncipe Désiré, de la Bella durmiente y el de la azúcar en el Cascanueces pero he descubierto que no solo hay príncipes en la danza sino millones de posibilidades de poder expresarte, bailar y disfrutar en el escenario.

¿Implica esto danza contemporánea?
Sí y la empecé a experimentar hasta que me moví a Suiza, en la Ballettschule Theater Basel. Ahí, la mitad de la preparación es clásica y la otra mitad, contemporánea moderna. Es muy diferente empezar en 2006 a bailar danza clásica y luego contemporánea en 2020; aún tengo que asimilar mucho pero lo hago rápido y he aprendido a quitarme prejuicios, dejar de juzgarme y empezar solo a buscar, experimentar y retroalimentar mi danza.
¿Cómo viviste a los 15 años tu llegada a Cuba?
Disfruté mucho mi año y medio en la Escuela Nacional de Ballet Fernando Alonso en La Habana, conocí a las personas más cálidas que me he encontrado en mi vida; hice grandes amigos, los maestros fueron espectaculares y me llenaron de oportunidades; la institución me cobijó muchísimo.
Impregnarme con la técnica cubana y descubrir este mundo del ballet fue muy impresionante. Además, me fui a vivir solo y eso fue una experiencia única: independizarme en un país que funciona tan diferente; no sólo fue una escuela de danza fue una escuela de vida que me hizo valorar mucho todo lo que tenemos en otros países.
¿Qué significan para ti Lucía Arce y Eli Torres?
Ellas también me han criado desde los tres años; las admiró tanto por su parte maternal como la docente. Si he llegado tan lejos en mi vida ha sido en gran parte gracias a ellas. Lucía me dio el detonante para irme a Suiza, me dijo: “Necesitas más retos, más competencia y otro idioma”.
¿El Prix de Lausanne fue el detonante para tu carrera?
Desde que me fui a Cuba sabía que no iba a regresar. Salí de México a buscar mejores oportunidades porque estaba convencido de que las podía tener; esa fue la razón desde el principio de porqué viajé al extranjero a estudiar como parte de mi sueño de bailar en Europa. La beca que me dieron en el Festival Internacional de Danza, en Orizaba, por la Ballet Zurich Theatre Basel, fue lo que me llevó a Suiza; para entonces ya sabía que me iba a quedar allá. Ese fue el plan desde el principio.
¿Qué significa estar en el Junior Ballett Zürich?
Es una prestigiosa compañía que tiene repertorio neoclásico y contemporáneo, y es una de las pocas que cuenta con un ballet junior, una pequeña subcompañía para miembros de 18 a 22 años, que da la ventaja para transitar de la escuela al mundo profesional; es muy diferente cómo se trabaja en una academia a una compañía y, por lo mismo, suele ser una transición complicada. El objetivo es que estos jóvenes no se queden sin bailar sino que también tengan un programa. Eso quiere decir que los 14 que estamos en el ballet de Zúrich vamos a bailar en el escenario en una producción.
El cuerpo es tu instrumento de trabajo…
Y por lo mismo tenemos que ser muy listos y conocerlo bien para saber qué es lo que necesita, cuánto tiempo de descanso, qué tanta comida, etcétera. Y tener mucho cuidado para evitar las lesiones.

¿Cómo te ha forjado desde muy chico estar lejos de tu familia?
Es parte de nuestra disciplina, todos los bailarines, más los de Latinoamérica, tenemos que buscar oportunidades desde muy jóvenes para salir de nuestros países y estudiar en una escuela que nos pueda llevar a trabajar nuestro sueño, que es la carrera profesional. Así es como funciona la danza, conseguir becas e irnos a estudiar a un lugar mejor y lograr un buen trabajo.
Los bailarines tenemos que madurar muy rápido, a los 15 años ya estamos viviendo solos siendo responsables de nosotros mismos, y a los 18 tenemos un trabajo y estamos pagando seguro médico e impuestos.
¿Hay mucha competencia?
Yo me siento muy afortunado de estar en una compañía que es pequeña y en la que todos somos amigos. Hay historias de compañías más grandes en las que no todos se conocen, y sí puede haber mucha rivalidad. No creo que deba ser de esa manera; uno tiene que trabajar para sí mismo y que eso se refleje, con sus los méritos logrados, como profesional.
En esta carrera no es solo de quién tenga el mayor talento o quién sea el mejor bailarín, que al final es una cuestión muy ambigua; también implica muchos factores distintos, de lo que busca el director o el coreógrafo para su proyecto, cómo te mueves, qué personalidad tienes. Yo paré de compararme por talento, me gusta trabajar para mi persona y lograr todo por el bailarín que soy.
¿Qué le hace falta al ballet en México?
Es que llegó muy tarde al país cuando ya en Estados Unidos, Rusia y Europa estaba en una etapa avanzada que jamás ha parado de desarrollarse. ¿Qué le hace falta a México? Más personas que puedan traer lo que está pasando en otros lados, abrir los ojos, enseñar nuevas formas de movimiento, actualizar el ballet. Necesitamos muchas más personas que respalden la danza, que sigan trayendo nuevas visiones, que apoyen a los bailarines y a los jóvenes talentosos; también necesitamos que a la gente le guste ir al teatro y ver ballet como le gusta, por ejemplo, prender la televisión y ver un partido de futbol.
Pero como no se tiene el conocimiento y no se entiende lo que está pasando en el ballet, no interesa; por eso es necesario educar y explicar cuál es la belleza de la danza para que la gente la pueda apreciar porque si no hay aprecio, si no hay interés, no puede gustar; resulta un círculo vicioso.
Entonces, ¿qué hacer?
Hay muchas cosas que hacer por la danza, los cursos que he dado en Guadalajara es el granito de arena que yo hago ahora para apoyarla. Afortunadamente hay muchas personas, bailarines y bailarinas talentosos en México que están apoyando la danza, pero necesitamos informarles, darles oportunidades. Yo lo viví, muchas veces no sabía qué posibilidades tenía y hasta dónde podía llegar ni cómo; si el camino es tan borroso te abre dudas. Afortunadamente, yo tuve mucha suerte, encontré a las personas correctas y en el momento indicado.
