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La guerra contra el arte

En Medio Oriente abundan los ejemplos de joyas arqueológicas atacadas por radicales y fanáticos religiosos. Medir el tamaño de las consecuencias parece complicado, pues el daño es irreparable. 

Si las piedras hablaran, serían voces acreditadas para narrarnos el pasado. Los vestigios y restos artísticos son un punto de encuentro temporal, donde el presente dialoga con el pasado. Vistos de este modo, los sitios arqueológicos, por ejemplo, adquieren una relevancia mayor que la mermaente turística. Quizá las piedras no hablen, pero sí pueden contarnos historias, pues son testigos inmóviles del paso tiempo.

En el patrimonio cultural descansan los restos de una civilización que probablemente ha dejado de existir, pero que representa un elemento fundamental para comprender el presente de sus descendientes. ¿Entonces por qué una sociedad se empeñaría en destruir su propio pasado?

La destrucción del patrimonio histórico obedece a fines diversos, como la renovación de espacios o la expansión de zonas urbanas. Sin embargo, en los casos más fatales —y tristemente frecuentes— el daño es causado por guerras o ataques extremistas que buscan desaparecer cualquier registro de alguna cultura, civilización o religión.

En el libro Estado Islámico. Geopolítica del caos, el periodista Javier Martín advierte que "así como Mahoma destruyó todos los ídolos de piedra que se adoraban en la península arábiga, los radicales como el Estado Islámico creen que toda figura y cultura anterior al Islam representa la herejía y, por tanto, debe ser destruida". Ese radicalismo se alimenta, además, de los resultados propagandísticos que obtienen los miembros de los grupos terroristas.

Recientemente el grupo terrorista Estado Islámico (EI) publicó un vídeo en el que muestra la destrucción de estatuas y momias en Palmira, Siria, antes de que el ejército sirio le arrebatara su control en marzo de este año.

Aunque la autenticidad de la grabación, difundida por el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, no ha sido verificada, es innegable que la guerra y el fanatismo religioso han suscitado destrucciones injustificables, que en apenas unos años han desmoronado un patrimonio que costó siglos edificar y mantener de pie.

Muro de Nínive

Ubicada en Mosul, al norte de Irak, en enero de 2015 militantes de ISIS utilizaron explosivos para demolerla, aunque sólo lograron dañar buena parte de su estructura y algunos de sus frisos y relieves fueron borrados. El muro era uno de los monumentos arqueológicos más representativos de Irak —quizá de todo Medio Oriente—, pues durante algún tiempo, hace unos 2600 años, Nínive fue la ciudad más grande del mundo.

Estatuas milenarias del Museo de Mosul

En 2015, un video difundido por la milicia extremista del Estado Islámico mostró cómo integrantes de este grupo derribaban estatuas y las golpeaban con mazos. Una de las ellas representaba a una deidad protectora con forma de toro alado. Los expertos aseguraron que entre los objetos destruidos había piezas originales, fragmentos reconstruidos y copias, parte de colecciones de arte asirio, que databan de varios siglos antes de Cristo.

Nimrod

Apenas una semana después de la difusión de aquel video, el Estado Islámico utilizó excavadoras para destruir Nimrod, una joya arqueológica del norte de Irak, fundada en el siglo XIII antes de nuestra era, y está situada a orillas del Tigris, a unos 30 km al sur de Mosul, que había estado controlada por el EI desde junio de 2014. El ataque a esta ciudad había sido notificado con anticipación a las autoridades, pero poco pudieron hacer para evitarlo.

Los Budas de Bamiyán

Bamiyán, ciudad ubicada en el corazón de Afganistán, albergó desde el siglo VI un par de budas colosales que fueron destruidos por talibanes con explosivos en 2001, ante la impotente mirada del mundo que contempló el atentado. Los científicos que han estudiado los restos aseguran que, en su esplendor, las figuras —una de 55 metros de altura y otra de 38— lucieron en brillantes tonos rojos y blancos. Hasta el siglo X, los Budas de Bamiyán formaban parte de un enorme complejo budista, antes de la conversión de los residentes al islam.

Palmira

En su tiempo, esta ciudad localizada en el desierto de Siria, conocida como "la ciudad perdida", fue una luminaria de la civilización. En mayo de 2015, el EI ocupó la ciudad, dinamitó el Templo de Bel, así como el de Baal Shamin y destruyó las torres funerarias, únicas en el mundo, el Arco del Triunfo y varias columnas. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, Palmira fue recuperada por las fuerzas militares en marzo de este año. No obstante, los daños al patrimonio son irreparables.

En este contexto desolador, vale la pena recuperar las palabras del escultor indobritánico Anish Kapoor: "[El arte] importa porque es el rastro de lo que puede ser hecho, lo que puede realizar el ser humano".

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