Cultura

Javier Silva, escultor de tierra, voluntad, resistencia y fuego

Su taller, lejos de los escaparates urbanos, es un laboratorio de alquimia donde la materia cobra sentido.

En el corazón del valle de Zapotlán el Grande —ese que presume haber dado al mundo artistas como José Clemente Orozco, Consuelo Velázquez o Juan José Arreola— también nació Javier Silva Sánchez, un escultor que aprendió desde niño que el arte puede brotar del barro, del dolor y de la espera. Su historia, como sus obras, está modelada con capas de tierra, memoria y resistencia.

La suya no fue una iniciación convencional. Mientras otros niños jugaban a ser superhéroes o policías, Javier esperaba a su padre, quien llegaba del trabajo con las manos y la ropa cubiertas de una mezcla espesa y prometedora: barro. De ese lodo espeso que otros sacudían con asco, él extraía su materia prima. Lo despegaba con cuidado del torno, lo moldeaba como quien escucha un secreto, y así comenzó una relación que no ha terminado, aunque sí se vio interrumpida.

“Yo lo esperaba para despegarle todo aquello, y ya tenía mi materia prima. Y así me inicié de niño”, recuerda Javier, con la emoción intacta. Estudiaba artes plásticas por correspondencia cuando un accidente cambió el curso de su vida: perdió parte de los dedos de su mano derecha. Y aunque no se rindió, la pausa duró dos décadas.

Casi 30 años en la escultura

Veinte años más tarde, la escultura volvió a él como un llamado imposible de ignorar. Con una técnica adaptada, con nuevas herramientas, con más determinación que antes, Javier volvió al barro, a la cantera, al bronce, a la ceniza y a la tierra, como si el cuerpo supiera lo que la mente aún dudaba: que no se puede vivir de espaldas a la vocación.

“Tengo 28 años en esto y me ha dado muchas más satisfacciones la escultura que nada. Pinto también, pero para mí la escultura es otra cosa. Es manejar la materia en tercera dimensión, es una cosa maravillosa que hay que hacerlo para sentirlo”, dice, y uno puede imaginarlo moldeando formas con la reverencia con que se toca lo sagrado.

Su taller, lejos de los escaparates urbanos, es un laboratorio de alquimia donde la materia cobra sentido. Ahí fabrica sus propios pigmentos con ladrillo molido, con ceniza, con tierra recogida de los campos. “La materia está en todas partes —dice con una risa contenida—, así lo hacían nuestros antepasados y no se les atoraba la carreta. Yo tengo que hacer lo propio. Como me oyen, ya verás que soy muy feliz en mi nuevo oficio o en mi último oficio que estoy arriando, y me encanta”.

Javier Silva escultor en Zapotlán el Grande, Jalisco
Javier Silva junto a una de sus obras (Fátima Briceño)


Entre sus obras más queridas está la Diosa Tzapotlatena, figura ancestral que rinde tributo al origen prehispánico del valle. También El Sonajero, escultura de bronce que evoca la danza tradicional del municipio con orejeras, manos extendidas y la memoria del recinto volcánico como soporte simbólico.

SRN


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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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