Cultura

Francisco, el papa que afeitó a Borges

Antes de ser papa, Jorge Mario Bergoglio fue profesor de Literatura en Argentina y tuvo un encuentro inolvidable con Jorge Luis Borges

Hace medio siglo, cuando Jorge Mario Bergoglio era un joven veinteañero en la provincia argentina de Santa Fe, lejos de convertirse en cardenal y más todavía de llegar a papa, conoció a Jorge Luis Borges.

Podría parecer una más de las Ficciones de su compatriota, pero la historia de ese metafísico encuentro literario es un episodio de Esperanza. La autobiografía (Plaza & Janés, México, 2025), el libro que el papa Francisco había planeado que se publicara después de su muerte, acaecida la mañana de este lunes 21 de abril, después de 12 años de pontificado, asumió la silla de San Pedro el 13 de marzo de 2013.

Jorge Luis Borges, Buenos Aires
Jorge Luis Borges en Buenos Aires. (Archivo)

El joven Bergoglio nació el 17 de diciembre de 1936 cuando Borges ya era Borges, su Historia universal de la infamia había salido un año antes del alumbramiento del futuro papa en el Buenos Aires de ambos íconos argentinos, y en la década siguientes aparecieron Ficciones (1944) y El Aleph (1949).

Borges tuvo el nombre de Francisco antes que Bergoglio; más allá de la ficción, se llamó Jorge Francisco Isidoro Luis. No solamente compartieron el Jorge del nombre y la B del apellido, también el pasado y la posteridad. Borges renunció al Francisco y Bergoglio renunció a todo para ser Francisco.

Y, como Borges, el papa amaba el tango y confiesa en su autobiografía que no era el primer papa que escuchaba tangos en el Vaticano, porque en los años 20, Pío XI vio bailar ahí a Casimiro Aín, el Vasquito: “El tango habla de muchas cosas, también de derrota, de algo que se torció o se perdió (...).

La literatura formó parte esencial de la vida del joven Bergoglio hasta su muerte. Esperanza. La autobiografía está llena de referencias a poetas, narradores, filósofos e incluso cineastas y futbolistas. Desde Octavio Paz hasta Fiodor Dostoievski, un escritor ruso a quien admiraba por su cristianismo literario, a quien ya analizaba desde que era rector en la facultad de Filosofía y Teología de San Miguel.

“En el mundo religioso de Dostoievski, el destino de los personajes se juega en la pertenencia al pueblo o en el alejamiento de éste. Y el rasgo que da la identidad al pueblo es el Evangelio. 'Mi credo es muy simple --dice paradójicamente el escritor en una carta--. Creer que no hay nada más hermoso, más profundo, más simpático, más razonable y más viril y más perfecto que Cristo; es más, no sólo no hay nadie igual, sino que además, con celoso amor, me digo que no puede haberlo. No sólo, sino que llego a decir que, si alguien me demostrase que Cristo está fuera de la verdad y si fuese efectivamente cierto que la verdad no está en Cristo, preferiría permanencer con Cristo antes que con la verdad'”, explica.

En 1964-65, Bergoglio dio clases de Literatura y Psicología en un colegio santaferino, a pesar de que era técnico químico. El primer año lo dedicó a la literatura española clásica, desde Gonzalo de Berceo y el Cantar de mio Cid. Después amplió su programa a autores argentinos contemporáneos, “de la literatura gauchesca a María Esther Vázquez, Leopoldo Marechal o Borges”, dice el papa en su libro.

Su relación con la otra B de Argentina la rememora tras narrar la tragedia de un joven que conoció, quien asesinó a su madre. Y parte de una cita del autor de El informe de Brodie, sobre la que el papa Francisco subraya que “la humildad es necesaria para contar la compleja experiencia que es la vida”.

“Jorge Luis Borges escribió: 'He intentado, no sé con qué fortuna, la redacción de cuentos directos. No me atrevo a afirmar que son sencillos; no hay en la tierra una sola página, una sola palabra, que lo sea'”.

El joven profesor de Literatura y Psicología invitó al Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe al narrador, ensayista y poeta, que en la década previa ya había acumulado ocho nominaciones al Nobel de Literatura, casi todas entre 1962 y 1966, aunque nunca obtuvo el máximo galardón literario mundial.

“Admiré y estimé mucho a Borges, me impresionaba la seriedad y la dignidad con las que vivía la existencia. Era un hombre muy sabio y muy profundo. Cuando, con apenas veintisiete años, me convertí en profesor de Literatura y Psicología del colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, impartí un curso de escritura creativa para los alumnos y decidí mandarle, por mediación de su secretaría, que había sido mi profesora de piano, dos cuentos escritos por los chicos. Yo parecía aún más joven de lo que era en realidad, tanto que los estudiantes me habían puesto el apodo de Carucha, y Borges era, en cambio, uno de los autores más reconocidos del siglo XX. No obstante, mandó que se los leyeran –ya estaba prácticamente ciego-- y además le gustaron mucho. Me pidió que los incluyéramos en un libro, que publicó el editor argentino Castellví con el título Cuentos originales, y, por si fuera poco, Borges se ofreció a escribir el prólogo, probablemente su preámbulo más generoso: 'Este prólogo no soalmente lo es de este libro, sino de cada una de las aún indefinidas series posibles de obras que los jóvenes aquí congregados pueden, en el porvenir, redactar'”, recuerda en un bello pasaje.

Su relación con el autor de Ficciones y El Aleph parece cuento de otro Borges, uno que viajó con 66 años en autobús 8 horas de Buenos Aires a Santa Fe para hablar de literatura con los alumnos de Bergoglio, quien le ayudó a afeitarse y constató que, aun agnóstico, rezaba el padrenuestro cada noche.

“Lo invité incluso a dar algunas clases sobre el tema de los gauchos en la literatura y él aceptó; podía hablar de cualquier cosa, y nunca se daba aires. Con 66 años, se subió a un autobús e hizo un viaje de ocho horas, de Buenos Aires a Santa Fe. En una de aquellas ocasiones llegamos tarde porque, cuando fui a buscarlo al hotel, me pidió que lo ayudara a afeitarse. Era un agnóstico que cada noche rezaba un padre nuestro porque se lo había prometido a su madre, y antes de morir recibió los sacramentos”.

El papa Francisco ensalza la espiritualidad de Borges (1898-1986), quien murió cuando Bergoglio tenía 50 años, a partir del microrrelato “Leyenda” de su compatriotra, incluido en Elogio de la sombra (1969).

“Sólo un hombre de espiritualidad podía escribir palabras como estas:
'Abel y Caín se encontraron después de la muerte de Abel. Caminaban por el desierto y se reconocieron desde lejos, porque los dos eran muy altos. Los hermanos se sentaron en la tierra, hicieron un fuego y comieron. Guardaban silencio, a la manera de la gente cansada cuando declina el día. En el cielo asomaba alguna estrella, que aún no había recibido su nombre. A la luz de las llamas, Caín advirtió en la frente de Abel la marca de la piedra y dejó caer el pan que estaba por llevarse a la boca y pidió que le fuera perdonado su crimen. Abel contestó: “¿Tú me has matado o yo te he matado? Ya no recuerdo; aquí estamos juntos como antes”. “Ahora sé que en verdad me has perdonado —dijo Caín—, porque olvidar es perdonar. Yo trataré también de olvidar”', hasta aquí la cita papal, que omitió el final brutal:
“Abel dijo despacio: 
—Así es. Mientras dura el remordimiento dura la culpa”.


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José Juan de Ávila
  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.
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