José Woldenberg (Monterrey, 1952) no solo muestra interés en la vida política de México, sino en otros ámbitos: le llama la atención el cine, la literatura, el futbol —tema que no ha abordado en sus escritos— y la academia. Desde que publicó La voz de los otros libros. Libros para leer el siglo quedó claro que en él converge un atento lector que sigue los pasos de la narrativa mexicana.
Sería predecible imaginarlo inmerso en la lectura de El proceso socialista de Martínez Verdugo —de quien recuerda que fue el primer y único candidato del Partido Socialista Unificado de México (PSUM) a la Presidencia de la República—; ocupado en detectar las convicciones que definen la trayectoria de Rolando Cordera, a pesar de las divergencias políticas que hay entre el propio Woldenberg y Cordera; o bien, dedicado a rescatar las aportaciones que en su momento hizo Alfonso Lujambio para la transición democrática que vivió México en el año 2000.
Sin embargo, al abordar los temas antes señalados, no habría nada de novedoso en Woldenberg. En cambio aquí lo que remite a una visión fresca y precisa es la forma en que retrata a los autores y cineastas. Se trata de un libro de corte misceláneo, con homenajes a personajes que han contribuido a enriquecer la cultura no solo del país sino también de otras latitudes —Zaid, Vidal, Leñero, García Márquez, Vargas Llosa, Pacheco, González de Alba, Zepeda—. La parte dedicada a la literatura la inicia con los recuerdos que Albert Camus tuvo en una autobiografía que no logró concluir, El primer hombre, donde se habla de la ausencia de su padre —murió en la guerra en 1914— y los horrores que le tocó vivir durante la guerra de Argelia.
Guiado por su interés en la narrativa y en ejercer crítica literaria, a principios de 1970, un grupo de jóvenes se reunían en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM a realizar una especie de seminario informal sobre la lectura. De esas coincidencias juveniles refiere que Iris Santacruz llegó a la reunión acompañada de un estudiante que parecía saber más que los que estaban ahí presentes. Cuando los demás intentaban hablar de tal o cual libro, el nuevo en el grupo ya los había leído, asimilado y les proporcionaba su visión crítica. Aquel joven era José Joaquín Blanco y narra la manera en que incursionó en las letras mexicanas, su aportación con valiosas crónicas sobre Ciudad de México y lo innovador de su novela El Castigador.
Con estos breves homenajes a la narrativa y al cine, Woldenberg acierta en la necesidad de subrayar que no todo lo que acontece en México es “sombrío e infame”.