A sus 74 años, Manuela Cecilia Lino (1942), una artista nahua de manos pequeñas, permanece la mayor parte del tiempo tumbada en una silla de ruedas a causa de la diabetes que ha afectado casi al ciento por ciento su vista y sus pies. Sin embargo esto no es impedimento para que continúe realizando su labor como una de las principales artesanas tintoreras y tejedoras de Hueyapan, Puebla. Ha explotado otros sentidos, como el tacto, con el que ahora supervisa a las aprendices de este arte para verificar que realicen el trabajo de manera correcta, “como se hacía en la antigüedad”, afirma, y asegurarse de que el trabajo que ha realizado durante toda su vida sea preservado y así mantener vigentes las tradiciones prehispánicas en el arte textil. Por su contribución al enriquecimiento del acervo cultural del país, a mediados de diciembre del año pasado recibió de manos del presidente Enrique Peña Nieto el Premio Nacional de Artes y Literatura en la categoría de Artes y Tradiciones Populares.
Esta mujer, icono de las tintoreras de Hueyapan, ha pasado su vida entera con las manos entintadas y entre madejas de hilo. Durante su ya larga trayectoria ha buscado dar a conocer el trabajo de las artesanas poblanas y también conservar los conocimientos prehispánicos textiles, por lo cual ha soportado hambre, frío, demandas y no tener un lugar para dormir. Ahora cuenta a MILENIO parte de esa historia.
¿Cómo comenzó en el arte tintorero?
De seis a ocho años pastoreaba borregos con mi abuelita. Ella se llevaba su canastita para poder hilar la lana. Por curiosidad le pedí que me comprara también mi canastita para que yo también hilara, y ella me enseñó.
¿Cuáles fueron los principales obstáculos a los que se enfrentaron usted y sus compañeros para vender su trabajo?
Sufrimos para buscar mercado. El Instituto Nacional Indigenista (INI) nos llevó al Museo de Arte Popular, que encabezaba la señora Teresa Pomar. No solo fuimos ahí sino a Toluca, a Indios Verdes, a Bellavista... y sí nos iban a comprar pero necesitaban que nosotros facturáramos, y ni siquiera sabíamos qué era eso. Pomar nos ofreció ayuda a cambio de regresarnos al pueblo a rescatar la cultura antigua, a hacer las piezas que hacíamos con los conocimientos tradicionales.
“Comenzamos con el grupo Tamachichíhuatl en 1979, del que me nombraron jefa. En 1983 teníamos una producción ya grande, y Pomar nos ayudó para que comenzáramos a exponer nuestras piezas en el Fonart y también se llevó producción a Chiapas y a Colima. Después empezamos a tener mucho trabajo y los del INI comenzaron a ayudarnos a buscar lugares para vender; después Banamex también nos apoyó.
“Mientras teníamos esta ilusión, las compañeras nos demandaron en nuestra entidad poblana y se preguntaban qué hacíamos porque subíamos y bajábamos. No sabían el sufrimiento que llevábamos porque estábamos en la ciudad y ni siquiera podíamos comer un taco de carne. Nosotros comprábamos tortillitas y chiles serranitos, alguna verdurita y nada más comíamos eso”.
¿Se ha visto afectado su trabajo a causa de la diabetes?
Estoy enferma y ya no puedo, pero sigo con la ilusión de hacer estas cosas y mis trabajos los checo. Mi ilusión más grande es que no descompongan los tintes ni los bordados; éstos también son especiales porque tenemos algunas prendas que hacen los jóvenes, quienes ya tienen otras ideas y hacen lo que llamamos “dibujos de cuaderno”. Llevo mucho tiempo rescatando esto.
¿Qué secretos conservan para cuidar el tejido tradicional de Hueyapan?
El proceso del teñido con añil hay que cuidarlo mucho porque es muy celoso. Si a un taller entra una persona embarazada, se corta y no todas las veces aguanta. Si entra una persona enmortajada que acaba de ir a un velorio, se corta. Todos nuestros trabajos los estampamos con grecas y animales antiguos.
¿Cuántas generaciones han aprendido su legado?
Mis nietas vienen siendo la tercera generación de lo que yo rescaté. Como padre o madre uno quiere que los hijos se preparen, y se fueron preparando. Ahora hay muchos universitarios por acá, a mis hijos les tocó formarse con alguna pequeña carrera en Puebla y así viven. Me siento satisfecha porque la mayor parte son herederos del trabajo que yo rescaté. Me siento ilusionada porque generaciones más pequeñas están ilusionadas por aprender y se van al monte a recolectar las hierbas.
¿Cómo ha enfrentado usted el regateo?
Mi trabajo no es muy fácil de vender. Mucha gente que no conoce dice que es muy caro, pero la verdad lleva mucho tiempo y el material es muy caro. Conlleva un día recolectar las hierbas, otro la preparación de la lana y otro el teñido, y después pintar las madejas y poner a secarlas bien para comenzar a bordar. Las personas le van a lo barato y las compañeras le van a lo fácil porque compran una acrílica, el estambre, lo bordan y así lo venden. Lo que hacemos y que forma parte de la antigüedad es difícil.
¿Qué sintió cuando fue premiada por el Presidente?
Cuando estaba allí me preguntaba: ¿será cierto esto o estoy soñando? No pude más que pensar en Dios. Me declaro católica, y esperé un rato mientras pensaba ahí que Dios era quien me estaba premiando en manos del prójimo. También les agradezco a las personas que tuvieron que tomarme en cuenta para que yo tuviera ese reconocimiento. Me dio mucho gusto cómo me trató el señor Presidente, aunque ese día mi aparatito para escuchar no servía. Cuando me entregó el premio no lo veía y no lo escuchaba, y después volvió dos veces a saludarme. Hubo un apoyo económico para mí; escaseaba yo de mi añil, cochinilla y lana, y es un apoyo para que refaccione yo mi taller, para mi enfermedad y comprar la medicina.
¿Cuál ha sido el principal objetivo de usted al preservar los conocimientos prehispánicos en el arte tintorero?
Mi mayor ilusión es que las mujeres continúen con esta tradición y que sigan haciendo sus trabajos bien para que no nos echemos a la vergüenza de vender otras cosas, como pasa con las abusadas que compran los tintes y bordan con lana comprada. Yo lo sé por algunas compañeras, y me da vergüenza y me da tristeza; les mando decir que tarde o temprano van a perder y echan a la vergüenza al pueblo porque van a decir que las tintoreras de Hueyapan ya no trabajamos bien. Mi gran deseo es que sigan aprendiendo y que sepan guardar ese rescate que se hizo, que lo hagan como es debido. Esa es mi mayor ilusión.
¿Se han enfrentado con diseñadores que plagien sus diseños?
A nivel internacional no sé, pero en los pueblos vecinos sí. La originalidad de esto es Hueyapan, pero en pueblos cercanos ya tienen los bordados y algunos en México, en Ixtlahuaca. Hay personas que tienen sus telares y los están comercializando como si fueran de Hueyapan. Nuestras prendas han sido copiadas en otros pueblos, no sé en otros países.
¿Cómo la ha apoyado su familia durante su trayectoria?
Ahorita mis hijos andan en los cuarenta años, pero ellos me ayudaban a recolectar las hierbas acompañados por alguna persona grande porque luego en el monte hay víboras y animales, pero después todos se fueron a estudiar. Mi esposo antes me ayudaba a teñir. Mi hija es la que ahora está apoyándome más en esto porque no se me quita la idea de seguir.
“Mis hijos me dicen que ya no me preocupe, que descanse y ya no piense en eso porque me puedo enfermar más. Pero al contrario, yo les digo que moriré más rápido si dejo esto porque me siento con alegría y a gusto cuando hay personas aquí trabajando”.
Su hija comenta que no todos los artesanos han tomado bien el premio que le otorgaron. ¿Por qué?
Yo estoy muy tranquila, no he hecho nada de daño, a nadie le he hecho ninguna maldad. Voy a hacer la lucha hasta donde pueda y hasta donde Dios diga. Me siento satisfecha porque este trabajo se ha hecho y se sigue haciendo. Las envidias nunca faltan y por eso nos demandaron, pero también recibimos el apoyo por parte de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, de Fonart y el gobierno de Puebla.