No sé si hay un purgatorio para los pecados humanos, pero para quien hace literatura, sí.
Dante Alighieri hace mucho que es un autor universal con La divina comedia, obra de formación en plena juventud. Imprescindible para despertar conciencia sobre actos humanos donde la lujuria, la traición o la usura —los grandes pecados capitales, y así— tienen condena en el infierno. El autor, Beatriz y Virgilio nos conducen por los castigos religiosos para quienes no fueron respetuosos de los preceptos de Dios. La moral es el punto nodal de esta obra italiana. Aunque hoy se lee como simple literatura, alejados de la moralina y los prejuicios del medioevo, Alighieri escribió uno de los grandes textos alucinantes de la literatura.
Vicente Leñero mexicaniza el texto y concede a sor Juana Inés de la Cruz el papel principal. Los personajes son políticos, empresarios, obispos, artistas y escritores en el Mictlán prehispánico. Un ajuste de cuentas del escritor religioso contra aquellos contemporáneos que le parecen merecedores del infierno: Octavio Paz, Emilio Azcárraga, Santa Anna, la madre Conchita…Por más que uno quiere tomársela en serio la obra de teatro empieza a darnos risa contenida.
Luis de Tavira lleva lo mejor de su Compañía Nacional de Teatro a una “lectura a once voces” de El infierno. Una obra que Leñero escribió por encargo en los años ochenta para escenificarse en las grutas de Cacahuamilpa. Una obra horrible por inverosímil. Personajes nombrados pero desdibujados. Con anécdotas de la historia donde no faltan Regino Díaz Redondo, los banqueros beneficiados del Fobaproa, el asesino de estudiantes Gustavo Díaz Ordaz y, al final, se suman los nombres de Ayotzinapa y Tlatlaya —ya en un arranque escénico del director, para actualizar la pieza—. También la política comprometida merecería el infierno…Sobre todo, cuando impera la óptica religiosa para castigar a los “malos”, como si los “buenos” no tuvieran pecados.
No se explica por qué montar una obra tan deficiente teniendo piezas como La visita del ángel, La mudanza o la que el propio Luis de Tavira montó en 1992: La noche de Hernán Cortés. Para homenajear a Leñero hay que montar lo mejor del autor, no las obras que nunca consolidaron. Cualquier crítico podría verlo. En vez de hacerle un favor, lo destruyen. La familia no debió permitir un estreno que en nada beneficia al dramaturgo.
Es apenas una lectura dramatizada, no un montaje. Difícil calificar el trabajo actoral. Pero uno no se explica que actores y actrices de primer nivel pierdan el tiempo en un trabajo fallido, “comprometido” con las causas populares…y religiosas. Condenar al infierno a los malos políticos por decisión de Leñero más parece una broma de mal gusto. Mal camino lleva el dramaturgo para su infierno literario, el que todo escritor necesariamente tiene que pasar para que su obra alcance el rango de clásico.
Con la pena pero había que decirlo.