Cultura

Uno, mientras escribe, fracasa todo el tiempo: Daniel Saldaña París

Saldaña París reconoce que el título de su más reciente libro alude tanto a la monstruosidad de la Ciudad de México como al monstruo que es él como voz narrativa en un texto autobiográfico

Daniel Saldaña París está feliz: se estrena con Aviones sobrevolando un monstruo en Anagrama, una editorial con la que creció como lector y escritor y donde han publicado un puñado de mexicanos desde aquel Vals de Mefisto de Sergio Pitol con el que casi arrancó la colección Narrativas Hispánicas y que por coincidencia o destino apareció en 1984, justo el año del nacimiento del joven poeta y narrador.

En entrevista, Saldaña París reconoce que el título de su más reciente libro alude tanto a la monstruosidad de la Ciudad de México como al monstruo que es él como voz narrativa en un texto autobiográfico, además de sostener que cualquier autor fracasa todo el tiempo mientras escribe.

El volumen, con nueve textos inclasificables, sin un género preciso, que deambulan entre la crónica de viaje, el cuento, el ensayo o el diario personal, tienen como denominador común experiencias en ciudades como México, Madrid, Montreal, La Habana y Cuernavaca, la mayoría lúdicas.

Aviones sobrevolando un monstruo aborda lo mismo la persistencia fantasmal de Malcolm Lowry en una devastada Cuernavaca, que una fiesta orgiástica con piñatas, vísceras y final feliz en Madrid; clases de cetrería en Hidalgo, la historia de la biblioteca personal del autor de Esa pura materia (UACM, 2008) y La máquina autobiográfica (Bonobos, 2012) o sus experiencias con el dolor, el frío y las drogas en Montreal, los peregrinajes, el silencio o su regreso a la capital cubana donde fue concebido.

¿Por qué este libro en específico para debutar en Anagrama?

–Es un libro un poco raro. Son textos autobiográficos, crónicas, ensayos personales, algunos si los había publicado en revistas en México o en el extranjero. Pero luego hubo un trabajo de escritura, corrección, muy minucioso, como para darle una continuidad a los textos entre sí, una coherencia al libro como unidad y de tono. Quedé muy contento con el riesgo y el resultado. Y agradezco el riesgo de una editorial de publicar un libro que no es novela, el género más demandado comercialmente. Aviones sobrevolando un monstruo es un libro atípico y supone una apuesta de la editorial y mía.

Creí que era como carta de presentación de autor, una suerte de autorretrato para esa editorial.

–Me gusta esa lectura. No la había pensado así. Pienso que todos mis libros de alguna manera son muy personales, aunque no partan de una intención autobiográfica; mis novelas también se pueden leer como una presentación de autor en otro sentido. Pero, sí, desde luego creo que entrar a la editorial con un libro tan íntimo, o que llega en algunos sentidos a ser tan íntimo, puede servir como una puerta de entrada. Espero que me sigan tolerando un tiempo más.

–Todas las ciudades donde vivió y que cita empiezan con “M”: México, Madrid y Montreal, incluso en Cuernavaca se aparece la “M” con Malcolm Lowry y en el título con “monstruo”.

–Sí, me alegra mucho que lo haya notado. Es una casualidad un tanto extraña. Siempre acabo viviendo en ciudades con “M”. Lástima que crecí en Cuernavaca, que rompe un poco con la simetría de la casualidad, pero siempre puedo decir que crecí en Morelos.

–En el título de Aviones sobrevolando un monstruo, que es también del primer texto, “monstruo” parece referirse a la ciudad, pero también al personaje que narra.

–A los dos se refiere, son lecturas acertadas. En el primer texto hablo más puntualmente de Ciudad de México, y “monstruosa” es un adjetivo que le endilgamos muchos de sus habitantes de manera ya cotidiana; todo el tiempo se dice que es un monstruo, monstruosa, y me gusta como la imagen que evoca, casi de película de serie B, de película japonesa, aviones sobrevolando una especie de Godzilla, un monstruo incomprensible. Pero, sí, siendo un libro autobiográfico, hay un espejeo, y en la ciudades que camino, que describo, me estoy buscando también a mí, describiendo también a mí. Es esa monstruosidad en la voz narrativa.

–En la historia de la literatura los monstruos exhiben más la monstruosidad de los hombres. ¿Qué quería resaltar usted con su monstruo?

–Es inevitable. En ningún momento me propuse hablar de la humanidad en general, pero cuando se es sincero más o menos, en una especie de exploración autobiográfica, se termina tocando puntos comunes o extrapolables, por lo menos para algunas otras personas, que pueden o no relacionarse con el texto. Supongo que si alguno ve con suficiente atención –esto habla un poco de mi pesimismo– en el alma de cualquiera, va a encontrar aspectos monstruosos y aspectos sublimes, aburridos. Y esa es la intención: como magnificar o usar un poco la literatura como una especie de microscopio que magnifica los detalles tanto los malos como los buenos, sobre todo los que no tienen signo moral para guiar al lector por esa paisaje interior que a lo mejor le revela con sí mismo.

–Hay dolor en su libro. ¿Qué le resulta más doloroso: sufrir el dolor o tener qué escribirlo, el acto de tener que llevarlo a la escritura?

–Lo que se suele decir es que el síntoma ocurre en el lenguaje. El cuerpo es una especie de masa ahí oscura y sorda, y realmente puede tener dolor, pero el síntoma es la traducción de ese dolor a las palabras. Y así también es en la clínica: los médicos consideran “síntoma” aquello que el paciente revela, que es capaz de poner en una narrativa. Aunque hay un sufrimiento del cuerpo, a mí lo que me interesa es esa traducción o ese paso de lo corporal a lo lingüístico, de cómo articular esos dolores a través de un lenguaje y de un estilo y de una prosa, y buscar las virtudes del lenguaje que mejor se asemejen a lo que pasa adentro, en una especie de plasta de vísceras. Entonces, sí creo que, sobre todo el texto que le dedico al dolor, mi verdadero objetivo es que quiero ser un buen paciente, que tengo que enunciar el síntoma con la suficiente precisión como transmitir ese dolor o compartir ese dolor con alguien más.

–¿Para usted es doloroso escribir?

–A veces, pero a veces también es muy liberador, todo es un triunfo feliz. Muchas veces me río en voz alta mientras estoy escribiendo y otras veces también lloro, me cuesta, no sólo por el tema, sino por la batalla con el lenguaje que supone escribir y fracasar, que es lo que más sucede: uno, mientras escribe, fracasa todo el tiempo porque nunca alcanza a poner en la página lo que está tal cual en la cabeza. Tiene una parte dolorosa, pero también una parte muy divertida, para mí, por lo menos. Aspiraría a que los dos extremos queden reflejados en el texto y que el lector pueda compartir esa experiencia.

–En su texto de la orgía nefasta en Madrid, termina con una experiencia homosexual en unos baños. ¿Qué implicó para usted revelar ese momento autobiográfico?

–No le di demasiada importancia a revelar esa experiencia, no más que a otras experiencias. No me relaciono desde un lugar muy identitario con la sexualidad; hay otro texto donde me declaro “relativamente heterosexual”. Lo más justo que puedo decir sobre el asunto es que como que no siento que sea un tema de identidad para mí, es una experiencia más entre las muchas que se relatan en el libro; está precedida por una serie de acontecimientos escabrosos, pero es un final feliz, en el que creo que hay un momento de ternura. La ternura va más allá del género y de la orientación sexual, la posibilidad de sentir ternura con otros seres humanos, desconocidos incluso, para mí es una especie de salvación, es la parte que me interesa y le doy importancia.

“Es el texto que no esperaba que fuera a llamar tanto la atención porque es muy breve, pero me lo han comentado de manera enfática. Es el último texto que escribí y es el que menos corregí; entonces, me da mucho vértigo pensar que tiene errores. Otros de los textos del libro llevaron un proceso mucho más demorado, de muchos años de trabajo, que reescribí; el de Malcolm Lowry en Cuernavaca lo reescribí siete u ocho veces. Me da un poco de vértigo, más que lo relatado, esa sensación de que le faltó. Pero, al mismo tiempo, me gusta ese arrojo de escribir algo y no volverlo a tocar; también era como un juego conmigo mismo y un atrevimiento a romper con mi método de trabajo, que suele ser mucho más excesivo, y tratar de hacer un texto mucho más fresco en ese sentido y punto de vista”.

–Quizás algo que conmociona sea la crueldad en él.

–Sí, es un tema que me ha obsesionado. Y justo quería enmarcarlo el texto de la orgía, por eso pensaba que era una orgía con marco teórico, porque realmente es una especie de rastreo del origen de mi fascinación por la crueldad o por esa atracción y repugnancia que siento hacia la sangre y la crueldad. Tiene que ver mucho con mis lecturas muy de adolescencia o de juventud de George Bataille, del Marqués de Sade, de Pierre Klossowski, Michel Leiris, Roger Caillois, un poco de ese mundo de la Francia de entreguerras que me marcó mucho a los 20-22 años, y que homenajeo discretamente en el libro. Es un homenaje a mis lecturas de juventud. Todo ese mundo me obsesionó mucho mientras estudiaba la carrera de Filosofía, como que me clavé leyendo a esos autores y esa visión del erotismo, de la parte maldita o excesiva, de la que habla Bataille. Creo que por ahí sigue teniendo sentido. No es una lectura del erotismo que esté muy en boga, al contrario, todos esos intelectuales franceses están a punto de ser cancelados en las redes sociales ahora, no sé si con justicia o no, pero para mí es una literatura y una filosofía que me sigue hablando muy de cerca.

–En esa ambigüedad o multiplicidad de géneros que aborda. Hay un personaje o muchos personajes. ¿El autor se pierde en los personajes, se mimetiza o escribe sólo con una distancia sobre lo que vivió?

–Algo que me interesa de la escritura autobiográfica es rastrear las continuidades de mi personalidad. En general, tengo mala memoria y como que suelo sentirme disociado del que fui hace diez o 15 años, como que no me es fácil reconocerme en esos otros que he sido en otros momentos de mi vida. Y la escritura me permite encontrar las continuidades o ver dónde sigo estando, qué cosas han cambiado y cuáles siguen siendo iguales. Sí, es verdad, del ejercicio de escritura autobiográfica parece desprenderse una serie de personajes, o matices de un personaje narrador, que sería yo en diferentes momentos de mi vida. Pero, también hay una distancia, me interesa el desdoblamiento que puede existir en el acto de escribir sobre uno mismo. Y esa distancia me permite ver las cosas con un poco más de sentido del humor, con ternura de mí mismo y compasión por mí mismo, por el mismo que fui en el pasado y por los otros también.

–Usted tuvo como formación académica la Filosofía. Si enmarcara las historias de Aviones sobrevolando un monstruo lo haría dentro de la filosofía de los epicúreos o la de los cínico?

–Ninguna de las dos exactamente. Soy de formación filósofo, pero nunca me dediqué a ello, ni soy muy bueno como para ubicarme en esas categorías. Supongo que más cerca de lo epicúreo que de lo cínico, trato de limpiarme el cinismo de la humildad a cada tanto, me parece un gesto más importante; sí, un poquito más en lo epicúreo. Me ubico más dentro de la dicotomía de lo apolíneo y dionisiaco, son los extremos dentro de los que me muevo.

–También aborda como extremos el peregrinaje y biblioteca, el movimiento y lo estático, en su libro.

–Porque me interesa mucho esa transición entre mudarse y reconocer un lugar como casa. Hay un poema muy bonito de Robin Myers que dice algo así como “con qué velocidad nos apresuramos a decirle casa al lugar donde dormimos”. Me interesa mucho esa facilidad para hacer casa y al mismo tiempo estarme moviendo, la tendencia a cambiar de residencia todo el tiempo, como que esa dicotomía entre quedarme y levar anclas me gusta y me interesa y me obsesiona.

​bgpa

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José Juan de Ávila
  • José Juan de Ávila
  • jdeavila2006@yahoo.fr
  • Periodista egresado de UNAM. Trabajó en La Jornada, Reforma, El Universal, Milenio, CNNMéxico, entre otros medios, en Política y Cultura.
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