Del 12 de junio al 1 de julio de 2025, la emblemática Casa Gilardi, obra maestra de Luis Barragán en la San Miguel Chapultepec en Ciudad de México, se convierte en el escenario de The Sky and I Agree, la segunda exposición individual en México del artista estadunidense Scott Reeder. Presentada por Saenger Galería, la muestra reúne una selección de pinturas, cerámicas e instalaciones concebidas especialmente para este espacio, dando lugar a una experiencia inmersiva y lúdica donde el arte y la arquitectura dialogan a través del color, el humor y objetos cotidianos reimaginados.
“Esta es la quinta vez que hacemos exposiciones en Casa Gilardi, como antes en Casa Limantur y Casacisa. Trajimos a Scott Reeder con una propuesta pensada específicamente para esta casa”, explica Bernardo Saenger, director de la galería, quien recuerda que el vínculo con Reeder surgió hace tres años tras verlo en ferias como Material en Guadalajara, Ciudad de México y Zona Maco.

“Lo conocí gracias a un amigo artista que represento, Robert Janitz. Me habló de la galería Canada en Nueva York y de Scott, y me encantó su obra. Desde entonces mantenemos una relación estrecha. Scott divide su tiempo entre Chicago, donde da clases en el School of the Art Institute, Detroit, donde tiene su estudio principal, y Nueva York”, comparte Bernardo.
La mayoría de las obras fueron creadas para dialogar con la casa, su historia y su carga simbólica.
“Casa Gilardi tiene mucha historia —dice Saenger—. Desde las visitas de David Hockney en los setenta hasta la presencia de la familia Luque y Pancho Gilardi. Scott admira mucho a Hockney y eso se refleja en sus paisajes, albercas y en su paleta californiana, que aquí se fusiona con los colores mexicanos de Barragán”.
Entre las piezas destacan las series Word Paintings, donde Reeder combina palabras de cuatro letras que en apariencia no tienen sentido, pero al decirlas o verlas juntas revelan nuevos significados; pinturas surrealistas de bodegones y objetos domésticos que adquieren cualidades poéticas y humorísticas; y cerámicas hiperrealistas que engañan la mirada del espectador.
“Muchos visitantes no distinguen si son parte de la casa o de la obra, y eso abre una lectura lúdica y lúcida de su práctica artística”, comenta Saenger.
Además, la muestra incluye una docena de pinturas y tres instalaciones, entre ellas una que utiliza un antifaz, formando parte de la experiencia multisensorial. En el área de la alberca se proyectará próximamente el largometraje experimental Moon Dust (2012), dirigido, producido y protagonizado por Reeder. Esta pieza cinematográfica ha sido presentada en espacios como el Whitney Museum of American Art (Nueva York), el Museo de Arte Contemporáneo de Chicago, el Cincinnati Art Museum, Anthology Film Archives, el Festival de Cine Strangelove en Londres y Cinemarfa en Texas. Su proyección en el muro blanco de la alberca añade una dimensión fílmica al recorrido por la exposición.
La obra de Reeder ha sido exhibida en algunos de los espacios más destacados del arte contemporáneo, como el Museo de Arte Contemporáneo de San Diego, el Kolnischer Kunstverein en Colonia, el Bass Museum of Art en Miami, el Institute of Contemporary Art en Filadelfia y el Swiss Institute y White Columns en Nueva York. Su trayectoria, que cruza disciplinas como la pintura, la escultura, la cerámica y el cine, refleja una mirada aguda y cargada de ironía sobre el mundo que habitamos.

La obra de Reeder crea un puente entre lo formal y lo popular, lo cotidiano y lo surreal. Este diálogo entre la arquitectura modernista de Barragán, la historia de Casa Gilardi y el universo visual del artista revela una reflexión profunda sobre la fusión del arte popular y los objetos comunes. Las piezas, cargadas de color, nostalgia y juegos de palabras, se integran con la memoria del espacio y con la cultura visual local, haciendo que el espectador redescubra lo familiar desde una mirada fresca, irónica y poética.
La exposición también evidencia una síntesis cultural entre México y Estados Unidos, donde los colores vibrantes y las formas tradicionales mexicanas se mezclan con la sensibilidad y el simbolismo de objetos cotidianos propios de la cultura estadunidense contemporánea. Esta fusión se manifiesta en la paleta cromática que remite tanto a las fachadas y paisajes californianos como a las texturas y materiales emblemáticos del arte popular mexicano.
Reeder logra transformar elementos comunes —como mantequilla, pan, cigarrillos, cerámica y utensilios domésticos— en símbolos universales que cruzan fronteras, generando una conversación entre ambas culturas desde la cotidianeidad y el humor. Así, la obra no solo celebra la riqueza de estas tradiciones, sino que también propone una nueva narrativa estética que dialoga con la globalización, la identidad híbrida y el poder evocador de lo simple.
PCL