Terrores perros

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EN EL TONO DEL TONA
Rafael Tonatiuh


“Cuidado con el perro.
Tiene sentimientos”:
letrero

Cinofobia

Cuando me topo un perro en la calle me cruzo a la otra banqueta (como si se tratara de Ricardo Anaya, Meade o El Bronco). No importa que venga con su amo, jalándolo de una correa, igual al tenerme cerca el perro es capaz de morderme, y su amo, asombrado por el proceder de su mascota, dirá: “Qué raro, nunca se había portado así”.

Actúo de la misma manera si veo a un perro merodeando las puertas de un taller mecánico, antes de que me vaya a tomar por un ladrón de balatas y bujías.

También soy de los que preguntan, al llegar a una casa desconocida: “¿Hay perro? ¿Está suelto?”, antes que se arme la corretiza.

Se que muchas personas quieren a los canes, los miman y les tienen confianza, pero tampoco somos pocos los que le tenemos fobia a los perros (al menos somos más que los que padecen hipopotomonstrosesquipedaliofobia: temor a las palabras grandes).

Mi primer perro

Cuando estudié la escuela primaria, en mi natal Xalapa, Veracruz, salía de mi domicilio en la calle de Landero y Coss, casi esquina con Xalapeños Ilustres, y subía la calle empinada, con mi mochila a mis espaldas. En el camino había una casa con un perro en un balcón, en un tercer piso, que ladraba más que Fox cuando le quieren quitar su pensión.

El perro no podía morderme (salvo que sus instintos mordelones lo hicieran saltar, pero aún así no estaría en condiciones de atacarme); sus ladridos me causaban terror y no podía seguir adelante, obligándome a retroceder y dar la vuelta a la manzana.

Un día decidí seguir adelante, sin hacer contacto visual con el can. Milagrosamente dejó de ladrarme. Así aprendí mi primera solución para quitarme de encima lo que me atemoriza: ignorarlo.

Lo mismo hago con las ronchitas. Salvo que se pongan graves, entonces sí acudo al médico.

El meta-miedo

Alguien me dijo: “No le temas a los perros, pues huelen la adrenalina y atacan”. Fue como cuando a Otelo (el afamado personaje de Shakespeare) le dijo su suegro: “Si mi hija fue capaz de engañarme, también podrá engañarte a ti”, sembrando la semilla de los celos.

Cuando sabes que el perro huele el miedo, obviamente le temes más, porque estás atento, tenso, pasa como con el insomnio (“no me dejan dormir mis deseos de dormir”) o la disfunción eréctil (“no puedo tener una erección porque estoy concentrado en tener una erección”).

Ignorar a los perros funciona si los depredadores están en un balcón, pero cuando los tienes cerca y no confías en tu actuación de hombre que no le teme a los perros, lo mejor es tener un árbol cerca, por si surgiera la necesidad de subir hecho la madre.

Al borde de un ataque de perros

Mi abuela materna vivía en un cerrito a la entrada de Tlaxcala, Tlaxcala; en San Miguel Tlamahuco. Para llegar, se subía por un camino empedrado, aunque a veces mi abuela decía: “Vente, vamos a cortar por aquí” y agarraba por las angostas vereditas de tierra, lo cual me parecía una pésima idea, pues por allí salían pandillas de perros furiosos, ladrando y mostrando los colmillos. Mi abuela Lola nomás se agachaba, agarraba unas piedras y se las lanzaba a los bravucones, quienes salían corriendo.

Cuando nos venimos al Distrito Federal, entré a cuarto de primaria en la escuela Licenciado Luis Cabrera, en una ciudad perdida cercana a lo que hoy es la delegación Benito Juárez; era cosa del diario agarrarme a mochilazos con los perros callejeros; y una vez, en la entrada del Lienzo Charro de La Viga (donde estudié charrería a los 14 años), unos perros me hicieron subirme al techo de un Volkswagen (¡qué decepción para mi ídolo: Jorge Negrete!).

Los perros salvajes callejeros son exclusivos de colonias pobres; las colonias ricachonas y clasemedieras tienen a sus perros salvajes en la azotea o intramuros, dizque pa’ espantar a los ladrones.

No hay nada más terrorífico que caminar por una calle oscura y solitaria y que te ladre un pinche perro salvaje de una casa. Puede darte un infarto, sobre todo cuando has sido víctima de un ataque de perros. Es como si un sobreviviente de la Guerra de Vietnam escuchara el descorche de una botella de sidra.

El planeta de los perros

Dicen que “perro que ladra no muerde”, y tienen razón: ¿cómo van a ladrar si tienen la boca ocupada, mordiéndote?

Los perros son fieles, cariñosos, estoicos, reciben órdenes, se dejan disfrazar ridículamente, van por la varita, son serviles y, por lo tanto, probablemente resentidos.

Cuando no ladran, me preocupa más su silencio y su mirada. Tal vez un día se organicen y ataquen masivamente a los humanos, para tomar el poder y amarrarnos en la azotea, obligándolos a cuidar las casas.

Conste que se los advertí. Adiós.

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