EL ÁNGEL EXTERMINADOR
Olmo Robles
“He hecho tantos videohomes que ya ni me acuerdo… “ Mario Almada
Como hombre de la ley, don Mario Almada, que ya llegó al cielo del infierno para seguir persiguiendo narcos, sabandijas, alimañas y demás fauna criminal nociva, deja huella en un cine mexicano serie B, en el que ha sido su hombre más grande de acción policiaca. El escalafón del muy poco documentado género del videohome lo muestra como un policía cinematográfico que siempre estuvo en ascenso gracias a que nunca le tembló la mano con una 45 mm o el cuerno de chivo.
Fue uniformado, detective de unidad y llegó a ser hasta férreo fiscal en escaladas insólitas de venganza, como emblema de un cine proscrito que la exquisita crítica mexicana, perfumada de esencia francesa, nunca entendió.
Sus detractores, a la hora de que el señor Almada ejercía justicia conforme a derecho propio (porque de qué otra manera se puede reaccionar cuando en una boda llegan, sin ser invitados, una bola de narcos y le asesinan a casi toda la familia) era la mano —con Magnum— que mecía la cuna de ese otro cine mexicano, digamos alternativo, el que dejaba derramas espectaculares que, ni soñando, lograba el otro cine nacional con “películas para intelectuales”.
Sus arranques cinematográficos se ubican allá por 1935 —aunque su abultada filmografía suma películas a partir de 1966, con Los Jinetes de la Bruja—, y se extiende hasta este 2016 con su última filmación: El Centenario. En medio, en un colchón de películas básicamente de ajusticiamiento y venganzas más que anunciadas, el señor Almada repartió plomo sin medida y con excesos.
No crean que a pesar de sus habilidades como policía de pantalla grande y video casero solo se encasilló en un género. No, de ninguna manera. En 1968 ganó una Diosa de Plata en la categoría de Revelación del Año por el wéstern de Alberto Mariscal, Todo por Nada. Un año después repitió premio en otro wéstern con sabor a enchilada: El tunco Maclovio. Tuvo dos nominaciones a los premios Ariel, en 1984 por La viuda negra, como mejor actor, y tres años después por Chido Guan: El tacos de oro. En 2013 finalmente ganó el Ariel de Oro por su amplia trayectoria cinematográfica.
Cuando se trae en la sangre el deseo de accionar la fusca ante las cámaras todo lo demás pasa a ser segundo plano. Como los buenos, también supo adaptarse al melodrama ranchero, al drama histórico, a las calamidades urbanas; alternó con gallones como Vicente Fernández e irrumpió en el cine literario. Nunca le dijo no a ningún género (con Arturo Ripstein filmó La viuda negra y con Juan Ibáñez, Divinas Palabras). Sin embargo, el pueblo le exigía justicia por medio de las armas y, algunos de sus fans, le hacían saber que pasar al gore no le vendría mal a sus películas.
Cuando las armas se enfriaban, en tiempos de Warner Music o de René León, se dio turno junto con su hermano de grabar un disco de música ranchera, el único en su carrera como cantante vernáculo, hoy muy cotizado por coleccionistas, a la par de rarezas como el disco que grabó El enmascarado de plata con Javier Solís o el Charro misterioso, Alfredo Ríos Galeana, comandante de policía, asaltabancos y cantante.
Quién sabe si sus fans le perdonen al señor Almada una de sus perversiones secretas: deliraba por las conchas rellenas de frijoles refritos y leche tibia, mientras no titubeaba en entrarle a series de televisión como El Pantera o probar otros ardores fílmicos, como su participación icónica en la cinta de Luis Estrada, El Infierno.
Siempre “aguantó vara” con los críticos mexicanos que todo lo quieren en francés o alemán, mismos que cierran los ojos y ponen oídos sordos al sonoro rugir de la metralleta, como apología de la violencia, la prostitución, el asesinato a mansalva y el narco. Si Mario Almada se atrevió a todo, cómo no iba a pisar los sagrados terrenos por los que hasta descalzo anda nuestro (¿todavía?) experto y asesor de la Secretaría de la Defensa Nacional, Jaime Maussan. En ese rubro poco conocido de su carrera en torno a la ciencia ficción mexicana realizó algunas rarezas de los que Los expedientes secretos X, en su sección Almada, niegan tener conocimiento.
Pero los registros fílmicos de su carrera confirman que, luego de un titubeante paso con el film Tijuana Jones de Gilberto de Anda, donde buscaba el secreto de la eterna juventud, sin preguntarle antes a Chabelo, Mario Almada entabló contacto para que lo dirigieran realizadores como Homero Guadarrama en Mientras la ciudad duerme (1991), Guardianes de la dimensión prohibida (1994), La bestia (1988) y su secuela El regreso de la bestia (1988).
Por extraño que parezca “el rey del erotismo insólito y la espiral hiperviolenta en México”, Christian González, se puso a sus órdenes dirigiéndole, en 1997, en El extraño visitante. Su incursión en ese género se cerró con Zona del Silencio / Paralelo 27, que la dirigió su hijo, Marcos Almada.
Cintas como El homicida, El silla de ruedas, La banda del carro rojo, la de culto: Siete en la mira o Emilio Varela contra Camelia la Texana y una carretada más, no se comparan con la saga de El Fiscal de Hierro, donde el rencor, el odio y la violencia exacerbada cobran capital importancia en el mano a mano que se echa el Fiscal de hierro (Mario Almada) contra Ramona Pineda (Lucha Villa) e hijos criminales mal nacidos y sanguinarios que la acompañan, entre ellos Juan Peláez y Juan Rafael Moro Ávila (el todavía señalado, pero no comprobado cabalmente, como presunto asesino de Manuel Buendía).
Lo que uno ve en la saga dirigida en sus primeras tres partes por Damián Acosta (la cuarta es de René Cardona III) es un retrato novelado del narco en el estado más salvaje (mucho antes de Heli, de Amat Escalante), descompuesto, híper violento, sádico y vengativo. Gracias por la violencia fílmica y la mano firme por aplicar el peso de la ley “don Fernando”, quedan ahí sus filmes de culto en espera de, algún día, convertirse en Blue-Ray.