La compleja vida del artista callejero

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El sol aún no sale, los pasillos se llenan de gente que se apresura a llegar al andén, filas enormes me esperan en la taquilla. No veo vigilancia, es extraño que a esas horas, cuando hay enorme flujo de gente que circula en los pasillos, andenes y vagones, no haya un solo policía que garantice seguridad y orden. A las ocho de la mañana, dos horas después de iniciar mi rutina, llega el grupo a quienes nosotros le llamamos “vigilancia”. Es momento de descansar un rato y esperar a que se vayan, total, levantan su cuota y se retiran en un rato.

La imagen del artista callejero ha estado presente desde tiempos muy remotos: los juglares de la Edad Media podrían ser un claro ejemplo de ello. Durante siglos, estos artistas han hecho uso de espacios públicos para desarrollar su actividad y se han ido adaptando a los nuevos tiempos: actualmente realizan su quehacer también en el trasporte público, incluyendo el Metro.

Mi quehacer como músico lo desarrollo desde hace 15 años ahí, al igual que cientos de compañeros, no solo músicos, sino también poetas, actores, magos, cómicos; ofrecemos nuestro arte a cambio de unas monedas, y la gente que viaja en el Metro tiene la oportunidad de escuchar desde músicos tradicionales que llevan en sus manos la enseñanza de siglos de tradición, hasta a algún cantante de ópera que está estudiando en Bellas Artes. También puede presenciar un buen espectáculo de magia o escuchar a un poeta estudiante de Filosofía y Letras de la UNAM o tal vez algún monólogo de un maestro de artes escénicas, o encontrarse con algún trovador de crítica social que ha encontrado en las calles la mejor posibilidad para expresar sus ideas. No faltan los autodidactas y empíricos que le echan muchas ganas a su arte para llevar unas monedas a su hogar... en fin, la lista es muy larga.

Estar aquí no es nuestra última opción, es la primera, no somos desempleados ni estamos a la espera de algún empleo. Somos artistas callejeros por convicción, lo hacemos con mucho respeto y muchos de nosotros tenemos preparación académica en nuestras distintas disciplinas artísticas. Estamos en todo el mundo. ¿Quién no ha visto alguna escena en las calles de Paris, Inglaterra, España, Rusia, Nueva York? Pero en la Ciudad de México los artistas callejeros estamos siendo perseguidos y tratados como delincuentes. Me han remitido varias veces al juzgado cívico por cantar en un vagón del Metro y en alguna ocasión solo por ir caminando por pasillos o andenes con mi instrumento al hombro. En aquella ocasión quise defenderme reclamando al “amable” policía mis derechos humanos, pero no sirvió de nada. La razón por lo que la “vigilancia” hace eso es simple: “Aquí tus derechos humanos valen madre”, como me aclaró el servidor público que me detuvo. Al llegar con el juez cívico la respuesta tuvo una ligera variante: “Si ya sabes de qué se trata, éntrale con lo de la multa y llégale”. Anécdotas como ésta abundan entre los artistas callejeros del DF.

No comprendo las razones por las que el GDF realiza esos actos arbitrarios; que yo sepa, cantar en el transporte público no es delito, no existe un argumento legal que justifique las detenciones y las multas, he revisado la Ley de Cultura Cívica y no existe nada al respecto. Es penoso ver cómo se llevan detenidos a los compañeros y, en lo que a mí respecta, me indigna mucho cuando me detienen como a un delincuente y me suben a una patrulla por el simple hecho de cantar. Actualmente participo en algunos programas de radio y televisión, y la pregunta más frecuente que me hacen es “¿por qué sigues cantando en la calle?”. Lo hago por convicción y porque creo que la imagen del músico de la calle debe ser dignificada como lo es en otros países. Hace algunos años el GDF trajo a los poetas susurrantes de Francia al Metro, te recitaban al oído por un tubo enorme y mientras los poetas te susurraban al oído, la vigilancia en el Metro estaba correteando y deteniendo a sus propios artistas callejeros. ¿Cómo es esto posible?

Ahora, con el argumento de erradicar el comercio ambulante, las autoridades nos consideran como tales y eso no es así: nosotros no somos vendedores ambulantes. Nosotros cumplimos una función social que sirve como catalizador en esta ciudad tan estresada, muchas veces la misma gente agradece el haberlos distraído de sus problemas aunque sea por un momento, nuestra ciudad no tiene una estrategia cultural urbana adecuada, y a nosotros, que ofrecemos algo de arte callejero y que al gobierno no le cuesta un peso nos persiguen y nos retiran de las calles tratándonos como a delincuentes, pero además el mismo gobierno no le ofrece otra opción al ciudadano.

Hace unos días, mi vecina sufrió un asalto en los pasillos del Sistema de Transporte Colectivo. No hubo un solo policía que la auxiliara. Le comenté que tal vez estaban todos ocupados persiguiendo cantantes y a gente que se gana honradamente la vida en los vagones.

Ahora, la “vigilancia” se retira. Es momento de volver a mi quehacer.

Sergio Bustos Sonecito

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