Tristemente la violencia sigue amenazando al futbol profesional mexicano. Al menor descuido o distracción esta aparece… En las tribunas, en las explanadas o en las vías de acceso a los estadios…
Sí, como sucedió ayer por la tarde noche, previo al partido que escenificaron los Tigres y los Rayados, los dos equipos de Monterrey.
Basta un insulto, a veces hasta el cruce de miradas retadoras entre aficionados de los equipos que se van a enfrentar, para que se armen reyertas que aplastan la idea de que el futbol mexicano se vive con estándares de civilidad.
¿Quién educa a estos aficionados, casi siempre jovencitos, dispuestos a agarrarse a botellazos, a tirarse piedras, a golpearse con tubos y cadenas… Tan dispuestos a aventarse cohetones u otros explosivos?
¿Quién los castiga como para que no queden impunes sus actos violentos que no solo terminan por afectarlos a ellos sino que terminan dañando a inocentes que pasaban por ahí, o que iban con el mismo destino pero en absoluto tono festivo y de paz?
Es triste tener que escribirlo y decirlo cada que ocurren actos violentos, pero no ha habido no voluntad, ni capacidad para desterrar la violencia que impacta este deporte espectáculo a partir de las hinchadas radicales.
Se nota que no hay una autoridad, ni en la Liga Mx, ni a nivel de gobierno federal y local que se tome en serio la tarea de desactivar a estos grupos disfrazados de aficionados al futbol. Lo hemos dicho ya, esos grupúsculos que se atreven a ponerse una camiseta de futbol, no son otra cosa que delincuentes.
No hay una acción coordinada. No hay una verdadera base de esos violentos. Pareciera que no hay memoria, ni archivo de estas acciones violentas y de sus protagonistas. No hay manera de que paguen por su reiterado desafío al orden y a la paz.
Ustedes lo podrán comprobar siguiendo esta historia. Verán que no va a pasar absolutamente nada. Más que los mismos lamentos hipócritas de siempre.
rafael.ocampo@milenio.com
