Andrés Manuel López Obrador ha dicho que no quiere hacer una cacería de brujas en lo que respecta a la corrupción. El próximo presidente de México puede cumplir con su ofrecimiento de amnistía desde una perspectiva penal sin caer en un perdón económico. En otras palabras, puede optar por no enviar a ningún corrupto a la cárcel, pero sí presionarlos para que al menos regresen lo que se robaron.
Como inspiración, AMLO haría bien en analizar lo que hizo en Arabia Saudita Mohammad bin Salman, el flamante príncipe heredero.
Bin Salman tenía claras dos cosas sobre su país cuando se dio su nombramiento el año pasado: que existía una corrupción rampante y que se requería de una enorme inversión para modernizarlo y disminuir las carencias sociales. Era consciente de que sería sumamente complicado combatir la corrupción dado el poder de los personajes involucrados y sabía que no había mucho dinero disponible para financiar los proyectos modernizadores que tenía en mente.
No obstante, envalentonado por el enorme poder que se le confirió, el futuro rey decidió atacar los dos problemas de golpe. Al poco tiempo de ser nombrado príncipe heredero arrestó cerca de 500 personas y las recluyó no en una cárcel, sino en el Ritz Carlton, un hotel de lujo en la capital de Arabia Saudita. Las personas eran prominentes funcionarios públicos, hombres de negocios y miembros de la realeza que estaban bajo sospecha de ser corruptos. Dentro de los arrestados se encontraba Alwaleed bin Talal, un financiero famoso a escala mundial por sus inversiones en Citigroup y Apple.
El príncipe Mohammad seleccionó a más de 20 jueces para evaluar a los acusados y congeló sus cuentas. Al final, de los cerca de 500 arrestados, a unos pocos se les declaró inocentes y unos cuantos decidieron pelear en las cortes su inocencia. Pero la enorme mayoría prefirió llegar a un acuerdo y aceptó hacer pagos sustanciales a cambio de su libertad. En total, el gobierno logró recabar más de 100 mil millones de dólares a raíz de su operativo anticorrupción. El dinero le será muy útil a bin Salman para financiar sus programas de modernización y su manera tan contundente de actuar servirá para disuadir a futuros corruptos.
Pese a que seguir la misma estrategia podría parecer atractivo para muchos mexicanos, lo cierto es que sería imposible —y qué bueno. México no es una monarquía, es una democracia. Con todo el poder que tiene, López Obrador no puede actuar como un príncipe heredero.
Sin embargo, AMLO sí tiene a su disposición herramientas institucionales para presionar a corruptos para que devuelvan lo que se robaron. No los tiene que meter a la cárcel. Estoy seguro que a muchos les dolerá más perder su dinero que su libertad.
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