Política

Lo que no se encontró en Teuchitlán

Hay terrenos que no dejan rastro y terrenos que cuentan historias, Teuchitlán es uno donde el rastro son las historias.

En el rancho Izaguirre se hallaron zapatos, mochilas, prendas de vestir, gorras, etcétera; todos ellos pertenecientes a las muchas personas que ahí conocieron la cara más oscura del actuar humano.

Fueron las madres buscadoras las que encontraron todo. Todo menos a sus hijos e hijas.

En Teuchitlán se hallaron restos humanos y se encontró al abismo del dolor. Las paredes aún gritan y el piso aún llora. Para una madre, padre, hermano, amigo; ahí, se encontró la muerte y el silencio.

Un silencio ensordecedor que sólo deja cabida a la complicidad y a la omisión, a la desidia y a la indiferencia de las autoridades, más que preguntar ¿qué pasó ahí? Habría que preguntarnos ¿por qué pasó y quién lo permitió?

Los silencios en la vida ocurren en dos momentos: como lo que antecede a algún acontecimiento y que, al romperse, genera novedad y pone en existencia lo que sólo yacía latente y un segundo momento en que ocurren es cuando finaliza un acontecimiento y sólo queda el rapto de la palabra.

Este segundo momento de silencio es aún más desgarrador pues el secuestro de la palabra impide nombrar y cuando falta el nombre, sobreviene la mentira, la no verdad, la palabra inventada, la explicación sembrada, la conveniencia y la anuencia.

Ocultar la verdad es el mecanismo más fácil para librar la culpa. Por que la verdad incomoda y no conviene. La verdad secuestrada no habla, no narra, no delata y su ocultamiento lingüístico da la falsa impresión de una importancia que no tiene.

Mientras que los objetos son contables y clasificables, las narrativas no. Mientras que los zapatos son identificables, las historias son sólo recordadas. Porque lo que no se encontró en el rancho es la pura verdad de lo que ahí ocurría bajo el amparo de quienes debieron haber prevenido esas muertes.

Vendrán verdades impuestas, grupos especiales contratados para investigar el “caso”, hipótesis inconclusas que, igual que con Ayotzinapa, la responsabilidad se diluya en la figura icónica pero vacía del “Estado”, pero quienes siguen buscando saben que la historia sólo se cuenta a partir de los vivos, nunca a partir de los muertos.

En Teuchitlán se encontró la muerte pero no se encontró la verdad. La verdad de ocurrido se la llevaron quienes ahí murieron, a los que seguimos con vida nos toca recuperar su memoria y no dejar que se pierda porque ante la muerte, sólo la memoria nos salva.

Walter Benjamin, quien en su huida del ejército nazi prefiere quitarse la vida a ser llevado a las barricadas de la muerte, afirmaba en su tesis Número 5: “La verdadera imagen del pasado se desliza veloz. Al pasado sólo puede detenérsele como una imagen que, en el instante en que se da a conocer, lanza una ráfaga de luz que nunca más se verá. […] Irrecuperable es, en efecto, aquella imagen del pasado que corre el riesgo de desaparecer con cada presente que no se reconozca mentado en ella”.

Es así como hoy, al observar las imágenes de montículos de ropa, pertenencias, y osamentas humanas, sólo queda pensar que, un día, los muertos resucitarán y en ese instante, se contarán otras historias salvando la nuestra de un modo misterioso e imperceptible.

La propuesta de Benjamin consiste en no dejar que la memoria muera porque en ella yace la semilla de justicia que puede iluminar el instante presente para traer esas vidas y las historias que las acompañan como talantes del “nunca más”.

La justicia, en este sentido, jamás será total ni totalizante, siempre vendrá de modo parcial y fragmentario: en cada par de zapatos encontrado, en cada mochila o bolsa hallada, en cada prenda fotografiada se esconde la posibilidad de redención.

Cada símbolo del horror hace que, desde la rabia y la indignación, lancemos un grito de guerra, como un deber ético que nos posiciona como herederos de un imperativo cuya máxima es que eso que hoy vemos, no vuelva a verse jamás.

Del dolor a la esperanza hay un camino que se construye con muchas lágrimas. Hay que llorar y mucho. Hay que gritar y fuerte. Hay que indignarse y nunca dejar que la mirada se conforme ante el horror.

No hay palabras ni pensamientos ni voces después de Teuchitlán, sólo hay horror, rabia e indignación. Desconozco las categorías que de aquí surgirán, no sé cómo se encara la vida después del silencio.

No sé si sea posible la esperanza en el vacío que se deja cuando una vida se termina con violencia. Lo que si sé es que si en Teuchitlán se encontró la muerte y el silencio, en cada madre buscadora se encontrará la memoria y se hará de ella un instrumento de justicia.


Google news logo
Síguenos en
Elizabeth de los Ríos Uriarte
  • Elizabeth de los Ríos Uriarte
  • Profesora investigadora de la Facultad de Bioética de la Universidad Anáhuac México
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.