Pegó de frente, de lleno, con todo. Es cierto que muchos ya sabían que sería devastador, lo tenían calculado desde el principio; pero también es verdad que otros ni siquiera lo imaginaban. Algo capaz de lastimarnos hoy y para las siguientes generaciones. Y no, no hablo en este instante de la tragedia de Acapulco, sino del Presidente ordenando otro ataque a la Suprema Corte de Justicia. Ojalá fuera yo la que arbitrariamente pega los acontecimientos, pero no. Sucede que aún después de que el huracán pegara sin consideración, una tormenta tropical seguía golpeando en los micrófonos de la mañanera.
Haber visto volar los barcos junto con los autos, las fachadas y las palmeras amarradas con las tumbonas, debió haber sido aterrador. Ahora sí hablo y me conduelo de Acapulco, el mar que los que nacieron en la Ciudad de México entienden como mar, porque fue el primero que contemplaron. Una noche completa escuchando cómo se rompían los cristales, una tortura a punta de latigazos de viento y agua que cortaban todo lo que alcanzaban. Agua que escurría por debajo de la puerta del armario, del baño o de la cocina donde la gente se escondía a oscuras de algo invisible y tan estremecedor co-
mo el viento.
Debe de ser terrible tener miedo de algo que no se puede ver como el viento. Tantas cosas que no se pueden ver y atemorizan. El futuro. Y ahora no solo hablo de Acapulco sino de un México que además de huracanes también tiene sismos y gobiernos voluntariosos, de pronto oscuros, con frecuencia autoritarios, en lo general sin pericia, que se atascan en las mentiras, en las venganzas o, sencillamente, que se atascan en el lodo. La intención de tener al Poder Legislativo y el Poder Judicial sometido a la Presidencia y al partido en el poder. Así como hoy no se pueden ver las consecuencias del paso de un huracán, no se entenderán por lo pronto los saldos y los despojos de un sexenio como este que busca romper el equilibrio de poderes. ¿Qué será lo que nos quede? ¿Cables vencidos, pisos levantados, hojas de la Constitución en el fondo del mar?
¡Ay Guerrero!, el estado con nombre de destino, de vocación y de consigna. Nos faltaban 43 de Ayotzinapa y hasta ayer ya echábamos de menos otros 43 más en Acapulco. ¿Casualidad de la vida que se nos repita el número 43? El Presidente le busca quitar 15 mil millones en fideicomisos a la Suprema Corte y justo son 15 mil millones, estos en dólares, los que se calculan como pérdidas en Acapulco. ¿Casualidad o indicio? Clave, pista, señal y presagio. Se trata de un golpe descomunal el que sufrió Acapulco, pero el hecho de tratar de capturar a la Suprema Corte para someterla a la voluntad de otro poder es también un golpe, un golpe de Estado.
Quizá lo único alentador es que la elección está cerca, tendrán miedo de perderla si no destinan los recursos necesarios para levantar Acapulco. Ojalá. Mientras tanto, un ojo. ¿Será el ojo del huracán? En el silencio y la paz con olor a muerte al día siguiente de la tragedia, nuestro Presidente decidió presumir cómo estaban los porcentajes de su aprobación frente a otros mandatarios del mundo. ¿Estamos ciegos? Un ojo. Un solo ojo. No es el del huracán, es el nuestro. Tal vez no estemos ciegos, pero sí estamos tuertos.