El presidente de Estados Unidos dice que no se arrepiente de su estilo poco convencional ni de la agenda que introdujo. Pero a medida que se acerca a los 100 primeros días de su presidencia, gobernar se vuelve más difícil de lo que imaginaba.
A mitad de la entrevista en la Oficina Oval, se le pregunta al presidente Donald Trump si se arrepiente de alguno de sus tuits mordaces sobre los aliados, opositores políticos y la situación del mundo. Trump hace una pausa, momentáneamente: “No me arrepiento de nada, porque no hay nada que puedas hacer. Sabes que si publicas cientos de tuits, y de vez en cuando te equivocas, no está tan mal”.
La presidencia de Trump no es como ninguna otra en los 230 años de historia de la República Estadunidense. Es el primer comandante en jefe que nunca ocupó un puesto en el gobierno; un magnate inmobiliario y anfitrión de un programa de televisión de realidad que cambió cinco veces su lealtad. Nominalmente un populista, contrató al gabinete más rico en la historia. Sus principales asesores de la Casa Blanca, incluyendo su yerno, en conjunto tienen activos con un valor de más de 2 mil millones de dólares (mdd).
Trump confundió a la opinión de la élite en las elecciones del año pasado (“Perdieron, gané”, informa a sus invitados desde el principio). Hoy, el renacido republicano cree que sus críticos de la corriente principal se equivocan una vez más. La confianza empresarial está en aumento y el Dow arriba. Trump exige el crédito: como Franklin Roosevelt con la radio y John F Kennedy y Ronald Reagan con la televisión, el presidente se considera a sí mismo como un amo comunicador para las masas.
Y tiene las pruebas. ¿En dónde está Dan? ¿En dónde está Dan Scavino, por favor?”, cruza la Oficina Oval. En unos segundos, Scavino, un ex caddie de golf que manejó las redes sociales de Trump durante la campaña de 2016 y que ahora hace lo mismo en la Casa Blanca, entra con una laptop para informar que el presidente tiene 101 millones de seguidores en conjunto. “Tengo más de 100 millones de seguidores entre Facebook, Twitter e Instagram”, dice con orgullo Trump. “Más de 100 millones. No tengo que acudir a los medios falsos”.
El intercambio de Twitter encapsula a Trump: desafiante, aunque ligeramente a la defensiva, y determinado a demostrar que es el hombre al mando. A veces encantador, otras veces intimidante, su estilo de gobierno se deleita con lo poco convencional. Sin embargo es profundamente desestabilizador, tanto en casa como en el extranjero. Junto con las acusaciones incendiarias de que la administración saliente de Obama ordenó intervenir los teléfonos de la Trump Tower durante la elección presidencial, al igual que las preguntas persistentes sobre los posibles contactos entre sus asesores de campaña y Moscú, hizo que algunos nos lleguemos a preguntar si el gobierno de Trump sobrevivirá todo el periodo.
Sin embargo, a medida que Trump se acerca a sus primeros 100 días en el cargo, hay señales tentativas de que hay más método detrás de la locura de lo que sospechan sus críticos.
Trump y su equipo consideran que el mundo en 2017 está marcado por el nacionalismo económico y los líderes fuertes como Vladimir Putin, en Rusia, y Narendra Modi en la India, al presidente Xi Jinping en China. Consideran como un lugar donde EU debe hacer valer vigorosamente sus propios intereses.
“Creo en las alianzas. Creo en las relaciones. Creo en las asociaciones. Pero las alianzas no siempre funcionan bien para nosotros”, dice.
Alianzas inciertas
Para los aliados como el Reino Unido, Alemania y Japón, el enfoque de transición es profundamente inquietante porque ignora el papel que desempeña EU en mantener la paz, desde Europa occidental hasta la Península Coreana, y el oeste del Pacífico. Su temor es que EU, defensor del orden liberal basado en las reglas de las últimas siete décadas, haga un cambio histórico de ser una superpotencia desinteresada a una egoísta.
Una interpretación más optimista, aunque cínica, es que Trump simplemente utiliza su púlpito presidencial de acoso como un ejercicio para suavizar, una táctica de apertura en una negociación que lo hemos visto retirar una vez que logra objetivos más limitados, económicos y financieros en la política comercial y en la seguridad internacional.
El presidente insiste en que no es una pose. “Es un problema muy, muy serio el que tenemos en el mundo de la actualidad. Y tenemos más de uno, pero esto no es un ejercicio...no es una charla. Estados Unidos habló durante mucho tiempo y ya vimos a dónde nos llevó, nos llevó a ninguna parte”, dice. “Cuando dices que es un ejercicio brillante, este no es un ejercicio brillante...al mismo tiempo, no les digo lo que estoy haciendo”.
Una cosa que dejó muy en claro es su deseo de equilibrar el campo de juego internacional. Cree que se inclina demasiado a favor de los aliados que disfrutan de un viaje gratuito bajo el paraguas militar estadunidense, o las economías emergentes, sobre todo China, que afirma explotaron las reglas de comercio mundial. En su narrativa, Estados Unidos tiene un toque suave.
“No funcionó para nuestros predecesores. Vean dónde estamos. Tenemos un déficit comercial de 800 mil millones de dólares”, dice Trump. (El Departamento de Comercio informa que el déficit comercial de EU en bienes y servicios fue de poco más de 500 mil mdd en 2016).
El jueves y viernes, Trump recibirá a Xi en Mar-a-Lago, su opulento complejo turístico de Florida. La reunión plantea tal vez el prueba más dura a la fecha para su enfoque de “Estados Unidos Primero”. Estados Unidos tiene un déficit comercial de 347 mil mdd con China y una de las promesas de campaña de Trump fue calificar a Beijing como un manipulador de la moneda, una medida que gobiernos estadunidenses anteriores consideraron, pero que al final descartaron.
China, el creciente poder en la región, es un socio vital potencial para ayudar a contener al vecino Corea del Norte. Sin embargo, antes de asumir la presidencia, habló ostentosamente con la nueva presidenta taiwanesa. El intercambio planteó dudas sobre el compromiso de Estados Unidos a la política “Una China” bajo la cual Washington reconoce a Beijing como el único gobierno legal en China.
Sin embargo, Trump le dijo a Xi el mes pasado que va a cumplir con la política y se muestra muy amable con cuando habla de su próximo invitado. “Lo respeto mucho. Tengo un gran respeto por China. No me sorprendería mucho si hacemos algo que sea muy drástico y bueno para ambos países”.
A muchos expertos les preocupa que Trump sea peligrosamente volátil en la política internacional. Pero la combinación de algunas figuras fuertes y su equipo de seguridad nacional, sobre todo James Mattis, el secretario de Defensa, y el papel tranquilizador de Jared Kushner, el influyente yerno de Trump, parece estabilizar el barco. Trump dejó de hablar acerca de trasladar la embajada estadunidense de Tel Aviv a Jerusalén, mientras reactivó la plática sobre una posible solución de dos estados entre Israel y los palestinos, y suavizó las críticas a los aliados de la OTAN. Una constante es que niega firmemente decir una mala palabra sobre Putin.
Si bien Trump nunca se disculpa, es capaz de cambios proteicos. En su entrevista con Financial Times, está dispuesto a dejar en claro que no tiene ningún resentimiento con la canciller Angela Merkel de Alemania, después de que aparentemente no quiso estrechar su mano frente a las cámaras en la Oficina Oval.
“Tuve una gran reunión con la canciller Merkel”, dice Trump. “Nos estrechamos la mano cinco veces y después nos sentamos en dos sillones...y creo que un periodista dijo ‘estrechen las manos’. No lo escuché”.
Sobre el Brexit, está igualmente ansioso por disipar las sugerencias de que EU vería alegremente que se rompa la Unión Europea. Cuando se le preguntó si piensa que otros países posiblemente sigan el ejemplo del Reino Unido, Trump contesta: “Cuando ocurrió habría pensado que seguirían más, pero realmente creo que la Unión Europea está reaccionando”.
No es una pose sobre el comercio
Sobre la política comercial, también. Parece que Trump es más práctico de lo que muchos analistas supusieron al principio. Después de reprender a México como la principal fuente de inmigración ilegal y prácticas desleales de comercio bajo el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el gobierno cambia de velocidad. Por ejemplo, Wilbur Ross, secretario de comercio y amigo de mucho tiempo, busca resolver una disputa de largo tiempo sobre el azúcar, consciente de que no lograrlo puede envalentonar a Andrés Manuel López Obrador, el político radical de izquierda que compite para la presidencia en México.
Ross, quien se unió a la entrevista, advierte que la gente no debe subestimar a Trump. “Una retórica dura sin duda es útil en el periodo previo a las negociaciones, pero el presidente no blofea”, dice.
Si su política exterior es menos revolucionaria de lo que se temía al principio, la agenda interna de Trump aún es polémica. Un ola populista lo impulsó a la presidencia, ya que los republicanos, y suficientes demócratas de clase trabajadora, se unieron a su causa, y abandonaron a Hillary Clinton, la favorita de la clase dirigente. En su discurso inaugural de la “carnicería en Estados Unidos”, Trump rindió tributo a sus partidarios y declaró que “los hombres y mujeres olvidados del país ya no serán olvidados”.
El presidente defiende la causa de la manufactura estadunidense, persuade las empresas de EU y extranjeras para que piensen de nuevo en ubicar los empleos y las plantas en Estados Unidos. Sin embargo, el autoproclamado negociador se da cuenta que gobernar es más difícil de lo que imaginó, incluso cuando el partido republicano tiene la mayoría en la Cámara de Representantes y en el Senado.
Las cosas comenzaron a aclararse cuando buscó utilizar los poderes ejecutivos para controlar la inmigración, y los tribunales bloquearon el primer y segundo intento. Más importante fue el revés reciente en sus esfuerzos para sustituir la ley de salud Obamacare.
Los líderes republicanos abandonaron la votación después de que no lograron ganar suficiente apoyo para aprobar un proyecto de ley armado con prisa. “No quería que se hiciera una votación. Dije, ¿por qué debería votar?”, dice Trump, quien se comprometió a derogar el Obamacare tan pronto como asumiera la presidencia. Cuando se le preguntó cómo se sentía con al revés., aún le duele: “Si, yo no pierdo. No me gusta perder”.
Señala que los legisladores republicanos todavía tratan de llegar a un acuerdo. Pero dice,que “estaría bien” si el Freedom Caucus, un grupo de conservadores de línea dura que son feroces opositores del Obamacare y tampoco no están contentos con el primer proyecto de ley, continúan con la resistencia.
“Si no logramos lo que queremos, haremos un acuerdo con los demócratas y en mi opinión vamos al lograr una forma no tan buena de atención de salud”, dice el presidente. “Pero vamos a tener una buena forma de atención de salud. Será una forma bipartidista de atención de salud”.
La Casa Blanca al principio consideró la reforma del Obamacare como “la llave para abrir la puerta”, y generar los fondos necesarios para facilitar la redacción de la primera legislación de reforma fiscal importante en Estados Unidos desde 1986, al igual que un nuevo programa de infraestructura de 1 billón de dólares. Sin embargo, ahora no queda claro cómo puede la administración elaborar una legislatura fiscal que pueda satisfacer a los conservadores fiscales al no elevar el déficit.
Trump tiene las cartas ocultas. “No quiero hablar sobre el tiempo. Tendremos una reforma fiscal enorme y fuerte”, dice. Lo que queda sin decir es que su equipo busca desesperadamente nuevas formas para financiar los recortes fiscales, que tiene que ser neutrales para los ingresos para que de esta forma se apruebe el Senado con una mayoría simple.
A menos de que Trump pueda rescatar la reforma de salud, llegará a los primeros 100 días de su presidencia sin ningún gran éxito. Su elección de Neil Gorsuch para la Corte Suprema fue aplaudida por los republicanos, pero los demócratas amenazan con bloquear el voto en el Senado.
Sus asesores buscan la forma de evitar al Congreso, principalmente por medio de una serie de órdenes ejecutivas y otras acciones. Esto es lo que Steve Bannon, el principal estratega de la Casa Blanca, llama inquietantemente: “la deconstrucción del estado administrativo”.
Bannon creó un “cuarto de guerra “ en la Ala Oeste donde enumeró en un gran pizarrón todas las promesas de campaña de Trump. Las preguntas de varios miles de millones de dólares es si Trump puede traducir esos compromisos, sobre todo el de “Hacer Estados Unidos Grande de Nuevo”, en una política práctica, y si puede mantener los intereses de sus negocios separados de los asuntos oficiales.
Trump está ansioso por disipar cualquier paralelismo equivocado en la historia del mundo. Después de posar frente a Andrew Jackson, el primer presidente populista de Estados Unidos, lleva a sus invitados a una sala contigua donde cuelga un retrato de Theodore Roosevelt, a quien elogia como un presidente revolucionario. Si bien es verdad, un visitante le recuerda amablemente a Trump que hay una diferencia crucial. TR presumía que llevaba un gran palo, pero también hizo del hablar suave una virtud.