"Soy inmigrante, mexicana, musulmán y estoy en Estados Unidos. Estoy orgullosa de todo ello", cuenta Sonia García, mientras se acerca a saludar y abrazar a un grupo de amigas que, al igual que ella, llevan telas de colores que cubren sus cuerpos de la cabeza a los pies. Apenas lucen sus rostros que esbozan sonrisas y miradas chispeantes. Apenas muestran sus brazos.
A pesar de los prejuicios que hay contra gente de Oriente Medio (se le asocia al terrorismo), y más ahora debido al racismo que genera el gobierno de Donald Trump, en Estados Unidos ya existen decenas de miles de latinos convertidos al Islam. Como Sonia. En 1996 ella conoció a su esposo Al Abdulmawla, un inmigrante de Líbano que llegó a San Diego, California. Lo topó en un restaurante de Ensenada, Baja California, donde Sonia creció con 11 hermanos, todos católicos.
Dos años después, Sonia cambió de religión, de familia y de país. Ella y Al Abdulmawla compraron una casa para criar a sus cuatro hijos. Está a pocas cuadras del Centro Islámico de San Diego, una de las mezquitas de mayor afluencia en la ciudad, en la calle de Eckstrom.
Taha Hassane, director del centro, saluda a Sonia con frecuencia, sin besarse en la mejilla o estrecharse las manos: el islam lo prohíbe. Hassane cuenta que Sonia es una de las latinas más activas en la región:
“Gracias a ella y su conocimiento del Corán, muchos más hispanos se han acercado a nosotros, en gran medida porque los mexicanos y los musulmanes tenemos muchas cosas en común y tradiciones arraigadas. Nuestros problemas como musulmanes son muy parecidos a los de la comunidad latina y ahora que somos vecinos creo que debemos trabajar en conjunto contra la discriminación y el racismo”, asegura Taha.
Cuando el ahora presidente Donald Trump comenzó a hacer campaña como candidato del Partido Republicano, Sonia conformó la organización The Latina Muslim Foundation para ayudar a la comunidad migrante que llegaba por oleadas a Estados Unidos. ¿La razón? El temor de ser deportados si Trump llegaba a la presidencia.
Sonia contó con el aval del Centro Islámico que dirige Taha y The Latina Muslim Foundation no solo dona juguetes o comida a poblaciones latinas que así lo requieren: también les asesora sobre sus derechos y acerca de los servicios a los que los hispanos pueden acceder sin importar su estatus migratorio.
“No estoy aquí para cambiar ninguna fe de nadie ni para decirte vente al islam; simplemente te digo qué es el islam y hago un doa, que es una oración con la que le pides a dios que guíe a esa persona, pero no tengo que convencerte de nada o andar de puerta en puerta para que te sumes”, dice Sonia, quien prepara la cena para sus dos hijos menores.
Como todas las religiones, el islam tiene reglas propias que siguen los más fervientes. Las mujeres y los hombres no pueden convivir en los mismos sitios, tampoco pueden tomar bebidas alcohólicas, deben rezar cinco veces al día y acudir a la mezquita los viernes. Las mujeres deben llevar una vida modesta y cubrir su cuerpo.
La Encuesta Nacional sobre Latinos y Religión realizada por el Centro PEW en 2014 reveló que los latinos que residen en Estados Unidos cambian de religión una vez que se establecen en ese país. Ese año, por ejemplo, el número de latinos católicos en la Unión Americana representaba de 55 por ciento de los 35.4 millones de hispanos que vivían en EU. Ese porcentaje había sido de 70 por ciento en 2010.
Si bien la fe católica permanece entre la comunidad migrante, religiones como el islam han tomado fuerza, “sobre todo porque nos hemos ido agrupando en los mismos barrios, nuestras culturas son tradicionalistas, y de alguna forma nos sentimos cuidados unos por otros”, explica Taha.
El Centro Pew calcula que, como Sonia, hay 200 mil latinos en Estados Unidos que practican el islam, distribuidos en los estados de Texas, California, Illinois, Nueva York y ciudades del oeste de la nación.
San Diego es la ciudad en California con mayor concentración de población musulmana. No es extraño que en sus calles se vean letreros en árabe, tampoco que proliferen restaurantes de comida turca o iraní.
La cercanía de San Diego y Tijuana también atrae a nuevos creyentes del lado de la frontera mexicana. En Tijuana y Mexicali hay por lo menos dos mezquitas de reciente construcción para los creyentes que practican en ambos lados de la frontera.
Patricia Villareal es una de ellas. Su madre Gloria cruzó la frontera en Mexicali sin documentos, algunos años antes de que ella naciera. Cuando Patricia cumplió 30 años se convirtió al islam, dejó su carrera como economista, se casó con un musulmán y desde entonces se dedica a la crianza de sus dos hijas.
Ella y su hija Iman van a Mexicali con frecuencia, no solo a visitar a la familia que se quedó del otro lado, también porque se han integrado a la pequeña, pero creciente comunidad de musulmanes en México.
Estadísticas del Inegi señalan que el número de musulmanes en México también ha ido en aumento: en 2000 eran apenas mil 500. En 2015 esa cifra se elevó a 5 mil 270, distribuidos en dos asociaciones religiosas.
Según la Dirección General para Asociaciones Religiosas de la Secretaría de Gobernación, esos musulmanes mexicanos están en los estados de Chiapas, Oaxaca, Colima, Baja California y en la Ciudad de México.
Pero no son tantos como los de aquí, de San Diego. Como Sonia, Patricia e Iman, que en una estampa peculiar para la mirada de cualquier mexicano, se ponen de hinojos apuntando hacia La Meca, se flexionan una u otra vez hasta tocar con sus cabezas el piso de su mezquita cubierto de tapetes, y hacen oraciones, no para la Virgen de Guadalupe, sino para Alá. Sí, aquí en el Estados Unidos de Trump…