Aunque pasó desapercibido, el llamado de Putin a que los rebeldes pro rusos prorrogaran su referendo en Ucrania oriental era prometedor. Podría ser una señal de que el Kremlin estuvo dispuesto a detener la escalada hacia la guerra civil y a lograr que las partes en conflicto reiniciaran el “diálogo nacional” sobre el futuro constitucional de Ucrania previsto por el acuerdo de Ginebra.
Pero Occidente se engaña si piensa que este es el resultado de las sanciones que impuso la semana pasada. Probablemente, las acciones de Putin son parte de un juego más amplio. Está socavando al gobierno de Kiev y amenazando con una invasión para impulsar su opción preferida: la federalización de Ucrania bajo los términos rusos.
En todo caso, las sanciones serán contraproducentes, ya que son demasiado débiles para quebrantar la voluntad rusa, pero lo suficientemente fuertes como para provocarla. No establecen prohibiciones en las exportaciones de petróleo y gas, de las que depende mucho Rusia.
Gazprom, el gigante estatal de la energía, es el arma más poderosa de Rusia contra Ucrania, y las sanciones en su contra dañarían seriamente a la estancada economía rusa: una pérdida de entradas provenientes de la exportación de combustible podría llevar a una gran crisis de la ya tambaleante infraestructura del país, y tal vez generaría una oposición más amplia al gobierno de Putin que la de los jóvenes profesionales urbanos que se unieron a las manifestaciones de protesta de 2011-12.
Pero el gobierno ruso tiene reservas enormes para soportar esa crisis, y la Unión Europea no puede dejar de importar combustible sin afectar sus propias economías. Alrededor de un tercio del suministro de gas de la Unión Europea se importa de Rusia. En las nuevas democracias de Europa Oriental la cifra es el doble de alta. Putin sabe que Occidente está dividido y que, aparte de una intervención militar, hay poco que pueda hacer para evitar que debilite a Ucrania.
Pero la confianza del presidente ruso se basa en algo más que la realpolitik del comercio internacional. De acuerdo con Levada, el centro independiente de encuestas ruso, la crisis ucraniana ha hecho que su tasa de popularidad suba al 82 por ciento . Se podría pensar que está loco y que es malo, pero los rusos en general piensan que Putin es el tipo de líder fuerte y patriótico que necesita el país para defender sus intereses en el mundo.
Es aquí donde las sanciones probablemente resulten contraproducentes. Le darán a Putin una excusa conveniente para explicar las dificultades económicas (mayormente causadas por los robos de sus compinches y por el despilfarro de las riquezas de Rusia por tantos años), y lo ayudarán a unir al país contra sus “enemigos” occidentales.
Muchas de las acciones de Putin en Ucrania tienen que ver tanto con la política nacional, como con la exterior. Temeroso de que la revolución de Kiev se extienda a Moscú, ha tomado la causa nacionalista rusa para reforzar su régimen autoritario.
Se ha reforzado el control que ejerce el gobierno sobre los medios. La propaganda del Kremlin habla de “fascistas”, “espías”, “miembros de la quinta columna” y “traidores a la madre patria”, despertando recuerdos del terror estalinista. Además hace un llamado a los rusos para que se preparen para el sacrificio en caso de que Occidente establezca sanciones a largo plazo.
Así, lo último que deberían hacer las potencias de Occidente es enviar tropas o apoyar la ofensiva ucraniana contra los rebeldes pro rusos en el este. Eso iniciaría una guerra civil y probablemente provocaría la invasión rusa. Las sanciones contra las riquezas personales de Putin podrían tener un efecto; los estadunidenses dicen que saben dónde están guardados sus millones de dólares. Pero además del embargo a los combustibles, es poco lo que pueden hacer Occidente y Ucrania excepto hablar con los rusos. Y hablar es el único camino, porque Rusia debe ser parte de la solución a esta crisis.