Sociedad

El fraude de Barry Manilow

Los batos que han tenido que limpiarse los oídos después que los martirizo con discos como el Songs about fucking de Big Black o el Second Wave de los Gay Beast merecen mi sombrero y admiración, su paciencia raya en la santidad supongo.

La verdadera tolerancia consiste en aguantar los gustos musicales de un bato con el que sales, y en ese sentido reconozco que soy un intolerante descarriado y nada puedo hacer al respecto. Lo intento, pero el dictador musical se apodera de mi alma y de una forma más satánica que a la morra de El exorcista. Algunos ni les importa o lo toman con gracia, pero otros me ponen jeta y me mandan a freír camotes, como me sucedió con aquel teatrero fanático de María Victoria y Barry Manilow, y sigo sin entender cómo es que pude verlo más de dos veces sabiendo que aquello estaba destinado al fracaso desde el primer cigarrillo después de.

Decía que Manilow era un señorón de la canción romántica como si no existiera Frank Sinatra, yo lo fastidiaba respondiéndole que me desesperaba porque sus melodías me recordaban esos desesperantes sábados de mi niñez cuando ponían El crucero del amor en lugar de caricaturas.

No sé si está bien o mal salir del clóset cuando rebasas los 70, porque en mis cálculos apenas si visualizo los 49, lo que me cuesta trabajo es unirme a la celebración, la misma que se desató con Pedro Sola o Ricky Martin. Qué tan honesta puede ser la salida del clóset cuando ni siquiera trataron de hacerse los bugas con un perfil discreto, sino que amasaron fama y dinero vendiendo simuladas fantasías a las mujeres mientras tenían el pensamiento atorado en alguna bragueta. Manilow se hizo millonario cobrando miles de dólares en sus conciertos en Las Vegas, cuyo público lo conformaban mayoritariamente mujeres, que lo veían como un príncipe fiel a la hombría de la década de los setenta.

Sí, Juan Gabriel, pero la enorme diferencia es que él portaba la lentejuela con maricona dignidad, sacaba a bailar a los mariachis de espeso bigotes sin pedos, despreciando las sospechas y dejando muy claro quién era El Divo de Juárez cuando lanzó su declaración de principios: “Lo que se ve no se pregunta”. Ya quisiera Manilow tener los huevos de jotear como lo hizo Juan Gabriel. Yo juzgué severamente a Manilow en su época buga. Es heterosexualmente imposible albergar en un mismo cráneo tantas luces esponjadas con secadora y el doble de cirugías plásticas, y entonces su romanticismo me parecía más bien un fraude; Manilow tiene la cara tan estirada que sus ojos perdieron humanidad, y ahora en las entrevistas lanza esa mirada orate y perturbadora propia de los líderes de sectas neohippies y new age hacinados en algún bosque de Hawái, similar a la de Ernesto Alonso cuando interpretaba a Enrique di Martino en El maleficio. El teatrero me acusaba de prejuicioso y tenía razón, pero yo no estaba equivocado. Barry Manilow salió del clóset a sus 73 años y hasta se dio el lujo de presentar a su novio, dicen que 20 años menor, aunque otros medios aseguran que en realidad Manilow le gana por 40. Cada quien sus responsabilidades.

Los estereotipos de los que tanto renegamos y maldecimos cargan su grado de inevitable verdad.

Pero si vamos a aplaudir cualquier guiño a la homosexualidad, porque la noticia de Manilow sí que causó furor y poca crítica, por lo menos hasta dónde he visto, ¿para qué promover la lucha, la salida del clóset, la aceptación y enaltecer el orgullo gay si al final cualquier decisión será apreciada como valentía no importa el tiempo o la edad, siempre y cuando las puertas del armario apunten a la asimilación del star system? Ese sistema que sigue imponiendo reglas y etiquetas conformistas de lo que debe ser gay y cómo comprarlas para sentirnos incluidos. En el libre mercado del orgullo gay, que cada quien compre su aceptación como se le dé la gana y con lo que le alcance. Pero desde que yo salí del clóset, me resisto a ser parte de ello. Prefiero ser un intolerante y prejuicioso de los soundtracks gays (en buena medida porque esas canciones evaden la confrontación) que aplaudir a los homosexuales que salieron del clóset cuando éste dejó de ser un negocio.

Twitter: @wencesbgay

stereowences@hotmail.com

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Wenceslao Bruciaga
  • Wenceslao Bruciaga
  • Periodista. Autor de los libros 'Funerales de hombres raros', 'Un amigo para la orgía del fin del mundo' y recientemente 'Pornografía para piromaníacos'. Desde 2006 publica la columna 'El Nuevo Orden' en Milenio.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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