El 5 de junio próximo pasado el arzobispo de Guadalajara, Cardenal José Francisco Robles Ortega cumplió 25 años de haber recibido la investidura episcopal y de forma coherente y plausible, muy a tono con lo que el Papa Francisco predica con su ejemplo, evitó hacer de ese suceso una manifestación triunfalista, de boato o derroche. Sólo pidió ofrecer una acción de gracias en la Catedral tapatía ese domingo, en la misa de las 12 horas, que habitualmente preside, en un marco abierto a todo el mundo.
Acompañado por sus familiares, representantes del clero y personas que quisieron unirse a ese acontecimiento, el Cardenal Robles, que nació en Mascota, Jalisco, el 2 marzo de 1949, habló de suordenación como presbítero para la diócesis de Autlán en 1976;de su elección como obispo auxiliar de Toluca en 1991 y de su nombramiento luego como titular de la misma en 1996; aludió a su traslado a la arquidiócesis de Monterrey en el 2003, donde recibió la púrpura cardenalicia en el 2007 y de donde fue transferido en el 2011 a su nueva y actual encomienda, que inauguró el 7 de febrero del 2012. A la fecha es de nuevo Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano.
Su aniversario coincide con los tres siglos de haberse consagradosu emblemática Catedral, cuyas icónicas torres sirven de referencia a la ciudad, aunque el edificio sea mucho más antiguo, pues comenzó a construirse en 1573 y fue estrenado en 1618, cuando el alarife Martín Casillas cerró sus bóvedas. Aun pasaron cien años para que las obras materiales concluyeran del todo, tarea nada sencilla si consideramos que fue la segunda catedral en hacerlo después de la de Puebla.
Estas efemérides se eslabonan con otros dos tópicos en lo que respecta al sello que distingue a la capital de Jalisco de otras del mundo: la posibilidad de que la catedral recupere el atrio que perdió en 1914 cuando se le destruyo para convertirlo en estacionamientoy la conveniencia de potenciar su cruz de plazas.
En la reconstrucción del atrio de la Catedral se conjugaría tanto el rescate de algo que hubo y se fue como una compensación a los muchos e irreparables daños ocasionados al patrimonio citadino en aras a una 'modernidad' barbárica.
Por lo que a la cruz de plazasse refiere cierto hacerla supuso una pérdida patrimonial no pequeña, pero la apertura de ese espacio está ahí y nadie en su sano juicio querría cubrirlo de nuevo. Empero nada se le ha potenciadocomo símbolo de una comunidad que nació con una marca que sigue ahí pese a los empeños hubo en borrarla.
Sólo al ingeniero Adolfo Rocha, que vio nacer esa plaza hace 65 años, ha hecho un planteamiento serio de lo que puede ser para nuestra ciudad convertir ese emblema, dice,en algo similar a lo que es en París la torre Eiffel o en Roma la columnata de Bernini.
Dos temas sobre la mesa del debate ciudadanotan apático y distante para salvaguardar su improntaidentitaria,como si no tuviera que ver con ella.