Y entonces, sucedió lo que muchos no pudieron pensar que sucedería. Más de medio millón de personas congregadas en Hermosa Provincia y tantas calles adyacentes como fueron posibles al norte y al sur, al oriente y al poniente del Templo Sede, fueron testigos del cumplimiento de una de las promesas que Dios, el 8 de diciembre de 2014, hiciera al apóstol de Jesucristo, hermano Naasón Joaquín García. Nadie de los ahí presentes escuchó a Dios cuando se dirigía con su elegido pero todos sintieron, todos entendieron, todos conocieron, todos vivieron, todos experimentaron esa inexplicable acción que hizo Dios para que, como un solo hombre, entendieran, sintieran y reconocieran que el hermano Naasón Joaquín era el elegido por Dios.
Es inexplicable para la razón entender y aceptar que Dios pueda elegir a un hombre y, menos aún, que Dios siga teniendo comunicación con la humanidad a través de esa persona. Esto es más difícil, incluso, que creer en Dios. Muchas personas creen en un ser supremo pero no pueden aceptar que éste elija, llame y se comunique en pleno tercer milenio con un hombre. Pero para los creyentes de la fe cristiana, para los hermanos de La Luz del Mundo, aquella madrugada del 14 de diciembre de 2014, todo fue tan fácil de aceptar, tan sencillo de sentir, tan noble de recibir que incluso ellos mismos no entendían porqué sentían así las cosas y porqué ahora, el inconmensurable dolor sufrido días atrás, se había transformado indescriptible e inexplicablemente en una alegría. Y si lo sentido por más de medio millón de personas en Hermosa Provincia parecía a los ojos de la razón, increíble, lo presenciado y vivido por miles de creyentes más que no pudieron estar presentes en Hermosa Provincia es aún más difícil de creer y quizá de explicar. Allá, a lo lejos de la colonia, aparentemente solos, miles de hermanos sabían de antemano que el hermano Naasón habría de ser el apóstol de Jesucristo.
Es entonces cuando, ante la falta de explicaciones humanas, el reconocimiento a Dios se impone, no porque no se razone la fe, sino al contrario, justo porque las explicaciones humanas son poco convincentes o son pocas, incluso, es que el ser humano se ve ante la obligación moral de reconocer a Dios en su forma de actuar y accionar. Al hacerlo, en un instante, la razón fluye de tal manera que entonces el corazón lo siente y es ahí cuando el ser humano no puede contener el lloro y comienza en gratitud hacia Dios a orar. Esto fue lo que más de medio millón de personas sintieron hace un año, el 14 de diciembre por la madrugada. Y entonces el grito hacia Dios fue unísono, fue estremecedor, fue potente porque la razón comenzó a explicarles el porqué de las cosas, de los tiempos, de las circunstancias. Y poco a poco, con el paso de los días, el dolor fue desapareciendo y en su lugar, creció el amor a Dios, el reconocimiento a Jesucristo porque el tiempo del apóstol de Jesucristo hermano Naasón, había llegado. Y este tiempo es el determinado por Dios para ser el tiempo de La Luz del Mundo.
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