A Madaí Moreno… pronto nos volveremos a ver.
Lo único seguro en la vida es, paradójicamente, nuestra muerte. Todos, antes o después de otros, terminaremos nuestros días. En la fe cristiana, la auténtica, esa que es predicada por el apóstol de Jesucristo, hermano Naasón Joaquín García, esta creencia recibe el nombre de esperanza de resurrección.
También conocida como vida eterna, esta esperanza se convierte en uno de los pilares fundamentales del creyente de La Luz del Mundo. En ella encuentra su razón de ser como creyente, su vocación como religioso, su fortaleza para avanzar, su ánimo para seguir. Alimentada de la fe, la esperanza de vida eterna sólo llegará cuando hayan sido restauradas –restablecidas- la fe, la elección, el tiempo de gracia, entre otros principios y valores cristianos. Luego vendrá el fin de todas las cosas pero antes de éste vendrá el juicio final.
¿Por qué el creyente puede afrontar la muerte sin mayor dolor e incluso con profunda resignación? Porque tiene una esperanza de una vida más allá de la muerte. ¿Por qué puede vivir siendo parte de una minoría religiosa, a veces discriminada por la misma sociedad y autoridades? Porque ha creído, porque tiene fe. Y esa fe lo lleva a agradecer a Dios porque al creer, también le dio esa esperanza de resurrección. Para eso le sirve la fe y la esperanza al cristiano, para soportar con paciencia todo lo bueno y lo “malo” que puede pasar en su vida.
Habrá quien no simpatice con esta creencia e incluso la considere una charlatanería. Al contrario de éstos, quien escribe estas líneas siempre ha creído que la fe tiene razones que la razón no entiende, pero eso no quiere decir que no sea fe; ha creído que la fe le ayuda al ser humano a superarse, a ser mejor, a encontrar una razón de ser y de vivir. Esa razón de ser puede o no ser suficiente para el ser humano pero eso dependerá del grado de comprensión, entendimiento, conocimiento y razonamiento que el mismo tenga de su propia fe ¿Esto es comprobable por algún método científico? No. De ninguna manera por eso es fe y no ciencia. Ciertamente, desde el punto de vista del auténtico cristianismo, la fe no está peleada con la ciencia, porque toda fe debe de razonarse. No hacerlo llevaría al fanatismo, tan pernicioso y condenable en todas las épocas de la humanidad.
Así que frente a la brevedad de la vida, frente a ese suspiro que lleva al hombre a vivir –en los más robustos, como dice el Salmo de David, 80 años-, la esperanza y la fe acompañan al hombre para hacer menos complicada su existencia. La vida se va tan rápido como llegó: en un suspiro. Y así como llegó a este mundo, así ha de salir el hombre de él: sin nada. Cuando eso suceda, sólo le restará esperar el momento, ese instante en que ha de suspirar por última vez, y dejar sus acciones, su vida y su ejemplo para la posteridad. En ese espero personal, también anhelará que las acciones hechas en vida le lleven a una mejor después de la muerte, al descanso eterno, con Cristo. Esa es la creencia de La Luz del Mundo, parte de su fe y sus principios doctrinales.
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