Por estos días pero hace un año, miles de creyentes en la fe de Jesucristo –la auténtica- se reunían en la colonia Hermosa Provincia. Lo hacían porque los días de quien fuera el apóstol de Jesucristo, hermano Samuel Joaquín Flores, se terminaban. Durante más de un mes, día y noche, clamaron a Dios por la vida del apóstol. La colonia Hermosa Provincia con sus habitantes y sus visitantes vivieron días que jamás pensaron vivir y, menos aún, jamás pensaron que pudieran superar. La fe de los cristianos se estremeció.
Entre el dolor y el llanto de esos días, una extraña e inexplicable calma se impuso, se vivió después de la noticia en la que se les hacía saber que el hermano Samuel había dejado de existir. Una indescriptible sensación de tranquilidad parecía conflictuar el amor y la lealtad que los miles de creyentes tuvieron en la elección del apóstol de Jesucristo. Las razones de la fe no parecían claras para muchos pero eso tampoco inquietó los pensamientos de los cristianos. En silencio y en oración transcurrieron los instantes y la llegada de cientos y cientos de hermanos desde el día 8 de diciembre y hasta la madrugada del día 14, sobrepasó toda la capacidad de atención y recepción de los experimentados en eventos masivos.
Esa semana, los hermanos de La Luz del Mundo pensaron que sus súplicas no eran escuchadas, que sus clamores no eran respondidos, que sus lágrimas no tenían sentido, que su vínculo con Dios había dejado de existir. Entre el consuelo buscado y el dolor sentido, el vacío que parecía dejar la ausencia del apóstol de Jesucristo, hermano Samuel, contrastaba con la inefable paz que se vivía en el corazón de los hermanos. Esa semana, también, comenzaron a revalorar su fe, sus creencias, sus principios, su fundamento. Entendieron que el tiempo de Dios es perfecto, que sus planes están trazados, delineados, diseñados por el Creador desde antes de muchas cosas. En esa semana experimentaron lo que significaba "mantenerse como viendo al que es invisible". Esa semana practicaron el amor al prójimo como quizá nunca lo habían hecho y vieron cómo –literalmente en sus manos- la comida se multiplicó, abundó. Habrá quien cuestione estas líneas pero los que estuvimos ahí, inmersos y absortos por nuestros propios pensamientos tratando de ayudar a los hermanos, sabemos que es verdad. Nadie nos lo contó porque ahí estuvimos, viendo cómo hacíamos comida para 500 hermanos y terminaban comiendo casi el doble.
Así los días desde el 8 de diciembre del año pasado hasta el 14 del mismo mes. Así los días pasaron, las horas transcurrieron. De vez en cuando, las lágrimas brotaban de los hermanos pero así como llegaban, se iban. De vez en cuando el pensamiento se planteaba como pregunta a Dios pero no como cuestionamiento, ya no sobre el futuro sino sobre el instante mismo. Y entonces, sucedió lo que no sabían que sucedería, lo que Dios ya había decidido pero que aún el tiempo de hacerlo público no había llegado... el llamado de otro apóstol de Jesucristo.
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