El inicio del proceso de secularización fue la tolerancia. El término de tolerancia fue acuñado para pedir el respeto por la otredad, por pensar diferente pero, sobre todo, el respeto por creer en un dios no católico. La intolerancia -acto consecuente de no ser tolerante- se funda en la convicción de poseer la verdad absoluta y en el deber de imponerla a todos por la fuerza, ya sea por mandato divino o por voluntad popular. La intolerancia institucionalizada explica la hoguera, la horca, el hacha, la guillotina, los fusilamientos, los asesinatos en serie, los campos de concentración, los hornos crematorios, el suplicio del garrote, los osarios, y muchas más acciones que el hombre y, muy particularmente, la Iglesia de Roma, ha implementando para imponer su visión de la cosas. Sin este concepto tampoco se puede entender la Inquisición y su aparato de persecución, constituido por el Santo Oficio, el Índice de libros prohibidos y la censura a toda forma de librepensamiento conocida entonces como herejía. A la inversa, sólo a partir del concepto infame de herejía (definida como toda opinión perversa que se aparta de la fe) es posible llegar al núcleo mismo donde se gesta la política de intolerancia de nuestro siglo.
La Iglesia de Roma es la primera organización que, ya sea directamente o a través del poder temporal, tradujo en instituciones jurídicas el concepto de fe en la institución dominante, el concepto de fiel, de ortodoxo, de servidor devoto y obediente a las órdenes del gobernante, inspiradas por Dios o queridas por el pueblo. Fue ella también la que creó las categorías de excomulgados, herejes, cismáticos, apóstatas y heterodoxos, y definió con precisión a los paganos, los infieles y los judíos. Estas nuevas figuras jurídicas aparecen por primera vez en el Derecho romano-católico –no cristiano-.
El mundo Occidental entendió que debería de construir un sistema de pensamiento alterno, al menos, del que se conocía. Era necesario transitar de estas concepciones de intolerancia, a la construcción de nuevas categorías de análisis que nos permitieran vivir en el mismo espacio físico, sin que esto implicara que todos tenían que creer en el mismo Dios. Por supuesto que este modelo de sociedad debería acabar con las persecuciones que eran impulsadas por instituciones como la Iglesia de Roma. ¿Cómo terminaríamos con la Inquisición, institución dispuesta a controlar el pensamiento y la conciencia de los seres humanos mediante la tortura y la muerte, sino era a través de la separación entre la fe y la política?
La tercera vía nos permitió encontrar en el proceso de secularización las bases que separarían las instituciones políticas de las eclesiásticas. Tan difícil proceso sería doloroso para todos los que se vieron involucrados en el mismo, pero eso permitió instaurar las instituciones del Estado al margen de la fe hegemónica. Y ello dio origen a la laicidad que vendría a convertirse en uno de los principios rectores del Estado moderno.
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