El día que Marcela tuvo que enfrentar a su victimario, los que estuvimos presentes atestiguamos una historia muy triste. La madre de Marcela se apareció, pero en vez de correr a abrazar a su hija… se puso del lado de Pedro, su tratante. La llamó mentirosa, dijo que Pedro era un buen hombre: Tú eres la mala, Marcela, eres mala. A partir de ese momento, cuando su madre, sumergida todavía en el engaño de este hombre, le dio la espalda, Marcela se convirtió en una hija para mí.
El lazo emocional tan fuerte con Marcela me hizo preguntarme durante muchas noches: ¿qué pasará cuando Pedro salga de la cárcel? Temía por su seguridad, que aquel hombre la buscara y tratara de vengarse. Hice con mi miedo lo único que vale la pena hacer con él: afrontarlo. Siempre he dicho que debemos encarar nuestros temores y solo así podemos ser verdaderamente libres.
Gracias a una valiosa ayuda, visité la prisión donde Pedro cumplía su sentencia. Mis piernas temblaban conforme me adentraba en la penitenciaría. Lo mandaron llamar y lo sentaron frente a mí. Nos sorprendimos tanto cuando Pedro, al verme salió, huyó corriendo; fueron por él y lo convencieron de platicar conmigo. Regresó, se sentó cruzado de brazos y me miró con prepotencia.
—Usted es Rosi Orozco.
—Sí, Pedro, yo soy Rosi Orozco.
—Usted escribió un libro sobre mí.
—Bueno, en realidad, solo es un capítulo...
La historia de Marcela se encuentra narrada en mi libro Del cielo al infierno, y Pedro, no sé cómo, lo había leído. Trató de intimidarme con voz y miradas enfurecidas. Tuve que ponerle un alto: le dejé en claro que él no tenía nada que perder, ya estaba sentenciado y en prisión; en cambio, yo sí me ponía en riesgo al hablar con él. Se calmó.
Esa fue mi primera visita. Desde entonces, a lo largo de un año, he visitado la cárcel cada semana para reunirme con Pedro y otros tratantes. Hemos trabajado mucho, y fruto de ese trabajo es un notable cambio en algunos de ellos. “Antes lo tenía todo: carros, casas, dinero, mujeres... pero no tenía paz”, dice Pedro al recordar los años que explotó sexualmente a Marcela y a otras mujeres.
En algunos refugios se hace una dinámica con las víctimas, a la cual le llaman el libro de los sueños. En ese libro, usando recortes de revistas, marcadores, colores, pegamento y fotografías, las víctimas —que han estado muertas en vida— son motivadas a volver a tener un proyecto. Cuentan cuáles son sus sueños y cómo desean lograrlos. Hace unas semanas hice la misma dinámica con uno de los grupos de presos que visito. Pedro sueña con ser conferencista. Le decía que soñara con recorrer todo el mundo siendo el primer ex tratante que imparte conferencias contra este delito. “No, Rosi, no quiero ir a París ni a Londres. Yo quiero ir a las escuelas de los pueblos más humildes para prevenirlas. Quiero ir a los lugares donde yo enganchaba a las chicas. De verdad, quiero reparar el daño que hice”.
La justicia restaurativa es una teoría y un movimiento social en que se reconoce que el crimen lastima a todos: a la víctima, al victimario y a la comunidad. Katia Ornelas, especialista en justicia restaurativa, nos explica que en Estados Unidos, durante los años 70, un grupo de personas comenzó a cuestionar el sistema tradicional o punitivo, ya que el sistema tradicional se pregunta ¿qué ley fue violentada? y ¿qué castigo merece el imputado?, pero no se pregunta qué pasa con la víctima. El sistema se enfoca en la ley y en el castigo, pero no en aquellas personas que fueron agraviadas, no hay nada para ellas. El sistema tradicional se apropia de la voz de la víctima, nunca se le recibe para conocer las necesidades que le ha generado la ofensa.
En cambio, la justicia restaurativa escucha a las víctimas, las convierten en la pieza central del proceso. De igual forma, se hace un espacio para que el que ofende tenga la oportunidad de participar en una reparación o restauración del daño. Se busca responder de una mejor manera a las necesidades de las víctimas, de los victimarios y las que resultan en la comunidad donde estas personas viven. Resuelve de una mejor manera las necesidades resultantes del delito y de incluir a todas las personas afectadas en un evento. Tiene principios y valores: no es un programa, es más bien una filosofía. En suma, la justicia restaurativa da la oportunidad de hacer algo por las personas, pues permite atender necesidades que la ley no supone.
El criminólogo estadunidense Howard Zehr es considerado el abuelo de la justicia restaurativa. En su trabajo destacan tres valores que se han convertido en los sustentos de esta filosofía: respeto, responsabilidad y relación. Los principios son tres: 1) el daño que se ha cometido genera necesidades (se requiere atender los daños y las necesidades resultantes); 2) el principio de las obligaciones: la persona que ha ocasionado un daño tiene una obligación al respecto; 3) el principio del compromiso e involucramiento: las personas que de alguna forma tienen una relación con la situación tienen que ser parte de la resolución.
En México, la justicia restaurativa se emplea en diferentes programas en centros de mediación y de justicia alternativa. Incluso hay una ley por aprobarse a nivel federal que se relaciona con este movimiento. Son avances importantes para alcanzar un sistema más sensible con las víctimas. Reconocemos a gobernantes que sí toman en cuenta a las víctimas y les han apoyado a reintegrarse con éxito a la sociedad como lo son el jefe de Gobierno del DF, Miguel Ángel Mancera, y los gobernadores Eruviel Ávila, Francisco Vega y Rafael Moreno Valle.
Hace unos meses, Pedro me pidió que le ayudara a pedirle perdón a Marcela, y fue entonces que comenzamos un proceso de justicia restaurativa con los dos. Por varias semanas y por separado, los preparamos emocional y mentalmente para que pudieran llegar fuertes al encuentro. Después de varios años, Marcela se reuniría con el hombre que más daño le hizo; y él con una joven a la que hizo vivir uno de los peores infiernos imaginables. En los años que siguieron después del proceso legal, Marcela había tenido que ser valiente y reconstruir su vida desde cero, y Pedro, tras perderlo todo en pagar abogados, había conocido la dura realidad de las cárceles. Ambos se habían convertido en personas distintas. Todo lo que habían pensado, sentido y callado durante esos años por fin podrían decírselo.
El encuentro fue una de las experiencias más increíbles que hemos vivido. Marcela, quien apoyada por la Fundación Reintegra estudia la licenciatura en derecho en una universidad privada y sueña con ser diputada federal, pudo decirle a Pedro todo aquello que había callado durante el juicio. “¿Por qué, Pedro? ¿Por qué me hiciste eso?” Pedro no dio excusas, no trató de justificarse. Le dijo a Marcela que él antes era una persona que no valoraba a los demás, que había estado equivocado por mucho tiempo y ahora le pedía perdón.
“Me han quitado un peso de encima”, me dijo Pedro cuando terminó el encuentro.
“He cerrado un círculo”, me dijo Marcela.
Mientras autoridades comprometidas, sobrevivientes, ex victimarios y activistas arriesgamos nuestras vidas y nos entregamos a esta causa, existen otros que portan un disfraz de lucha contra la trata para intentar boicotear nuestros logros y convencer a legisladores de un retroceso a la ley. Por sus frutos se conocen: las acciones permiten distinguir a los que destruyen de los que construyen. Damos gracias a los diputados coordinadores de cada partido político que han detectado en esa minuta del Senado lo que perjudica a las víctimas o beneficia a los tratantes y no permitirán este grave daño.
Tenemos que afrontar nuestros miedos para poder ser libres y por ello, a las víctimas o a quienes las conocen, les decimos que no teman y les pedimos que denuncien. Pueden hacerlo confidencialmente en el Centro de Contacto Ciudadano 01800 5533000 o en unidoshacemosladiferencia.com.
*Presidenta de Unidos contra la Trata AC.