He recibido correos de lectores muy descontentos conmigo por no haberme sumado al coro de unánime condena a los esbirros de United Airlines. Se me ocurrió, por el contrario, cuestionar al pasajero desobediente. Desde luego que la práctica de obligar a desembarcar a los viajeros, o de negarles un asiento cuando ya han comprado un billete de avión, es arbitraria. Pero no estaba yo hablando de eso sino de otra cosa, a saber, de la disposición particular de un individuo para aceptar unos niveles razonables de adversidad. Digo, no siempre puede uno salirse con la suya, por más que la situación le parezca injusta y agraviante. Tarde o temprano, cada uno de nosotros termina por enfrentar situaciones incómodas, irritantes, molestas y, lo repito, abusivas. Pero, entonces, ¿vamos a escenificar cada vez una descomunal rabieta? ¿Nuestros derechos y nuestras prerrogativas son totalmente irrenunciables? ¿No podemos nunca enfrentar una circunstancia inesperada y desfavorable sin reaccionar con total desmesura?
A David Dao, un médico vietnamita afincado en los Estados Unidos, le propusieron en un primer momento que abandonara el avión. El hombre se negó y, en consecuencia, la exigencia ya no fue formulada con un mínimo de cortesía, o meramente como una orden verbal, sino que se aparecieron unos agentes para hacerle ver que sería desalojado por la fuerza. Cualquier sujeto con un mínimo de entendimiento sabe, en el instante mismo en que tiene delante a unos guardias de seguridad, que la opción del diálogo queda automáticamente cancelada y que, si insiste en resistir y en negarse a acatar las instrucciones, será neutralizado por la fuerza bruta. O sea, que no hubo elemento alguno de sorpresa para el señor Dao. El paso siguiente, si se emperraba en permanecer en su asiento, era la violencia física. Así y todo, decidió afrontar la disyuntiva de ser sacado por los agentes. Es imposible negarle una directísima responsabilidad en sus actos: había sido avisado, prevenido y advertido. Y, ¿qué hizo? Teniendo a los guardianes en sus narices y sabiendo de las consecuencias de no obedecer, siguió allí, tozudo y empecinado.
Pero, bueno, su figura encarna la indefensión del individuo frente a la fuerza avasalladora de las grandes corporaciones. Y, pensándolo bien, en este mundo también tiene que haber un lugar para los rebeldes.
revueltas@mac.com