The Donald resulta peor hasta cuando es mejor. Anteayer, en esa especie de ensayo general anticipado de la Comparecencia sobre el Estado de la Nación que escenificó ante el Congreso de los Estados Unidos, adoptó modos de estadista y logró engatusar, a punta de retóricas teñidas de recio nacionalismo y calculados sentimentalismos, a una mayoría de ciudadanos, incluyendo a unos opositores y periodistas que, hasta hace poco, habían expresado su total rechazo al demagogo populista.
El numerito, con perdón, volvió a ser otra consagración más de esos oscuros impulsos tribales que el proceso civilizatorio ha logrado sosegar en las democracias más avanzadas pero que siguen bien vigentes, bajo la forma de un inquietante militarismo y la jubilosa glorificación de la guerra, en nuestro vecino país.
El momento cumbre de la presentación —luego de que Trump se solazara en exhibir a los dolientes padres de individuos asesinados por unos inmigrantes ilegales a los que debíamos equiparar, supongo, a una suerte de maligna subespecie— fue la emotiva rememoración de la primera escaramuza militar ocurrida en tiempos del actual inquilino de la Casa Blanca, una intervención mal planeada en Yemen en la que murió William Owens, alias Ryan, comando de la Marina estadounidense.
La viuda estaba ahí, en el recinto de Capitol Hill, debidamente instalada en la galería para que, llegado el momento, el Comandante en Jefe le dirigiera unas palabras y concentrara la atención de todos los asistentes en su figura de joven mujer transfigurada por el dolor de la pérdida. Y, sabiendo que la explotación del sufrimiento debido a la heroicidad de los combatientes es una auténtica mina de oro ante los electores (aunque ya pasaron las votaciones), el Primer Candidato de la Nación (estadounidense) mantuvo durante un tiempo interminable su incitación al aplauso, a la ovación y al palmoteo patriótico.
Van Jones, periodista de CNN, antiguo crítico del presidente, se trasmutó de inmediato en un bobo sensiblero: la ocasión, para él, alcanzó dimensiones históricas: "uno de los momentos más extraordinarios que hayamos jamás visto en la política estadounidense", masculló después. Insufrible, o sea...
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