¿Ese individuo que ha estado proponiendo machaconamente la construcción de un muro ignominioso para separar a las dos naciones con más cruces fronterizos de todo el mundo (y que amenaza con obligarnos a los mexicanos a que paguemos su edificación) es el mismo que se apareció ayer a un lado de un presidente de México que, por su lado, lo ha criticado duramente al punto de compararlo con Hitler y Mussolini?
Pues, señoras y señores, el asombroso encuentro de último minuto entre el candidato del GOP y Enrique Peña nos indicaría que la política exterior del Estado mexicano no es un asunto rencores y agravios. O, a lo mejor, no era cierto aquello de que los habitantes de este país somos "violadores", o "asesinos", y de que representamos una auténtica amenaza para la seguridad de nuestros vecinos del norte. Era pura retórica para agenciarse votos, simpatías, adhesiones y fidelidades, pero no debía tomarse a la letra ni mucho menos significar algo ofensivo. En cuanto a lo del muro, que simboliza como pocas cosas el desprecio de quien lo levanta hacia quienes lo tendrán en sus narices, tampoco importa. Olvidemos, de paso, que The Donald había soltado la sentencia: "Créanme, México no es nuestro amigo" porque, luego de su reunión privada con el presidente Enrique Peña, reorganizó sus percepciones y, por lo menos en lo que toca a su interlocutor, dijo que lo consideraba "su amigo" y que la entrevista "había sido un tremendo honor". Las vueltas que da la vida, oigan.
En los momentos en que estas líneas fueron garrapateadas no había tenido todavía lugar la presentación de Trump ante sus simpatizantes —en Fénix, Arizona— donde, justamente, hablaría de sus planes para resolver el problema de la inmigración ilegal, del espinoso tema del muro y de la mucho más inquietante cuestión de expulsar a once millones de personas del territorio de los Estados Unidos. Sospecho, sin embargo, que ahí, de vuelta en el terruño y entre los suyos, es donde habremos recobrado al personaje zafio, intolerante, sectario y cerril de siempre. La visita habrá sido, luego entonces, un estrafalario desperdicio.
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