En un país de ciudadanos indisciplinados y desobedientes, de empleados incumplidos, de funcionarios ineptos y burócratas haraganes —salvo las muy honrosas excepciones de siempre, desde luego, y sin soslayar en manera alguna la existencia de millones de mexicanos trabajadores y responsables— el Ejército y la Armada representan en toda su esplendorosa dimensión los valores que debiéramos cultivar colectivamente: el orden, la templanza, el respeto a las normas, el espíritu de sacrificio, en fin.
Miren ustedes cómo están de deslumbrantemente inmaculados los cuarteles, qué estado impecable exhiben los vehículos de nuestras Fuerzas Armadas, qué admirable sincronía muestran los soldados cuando desfilan y qué generosidad despliegan cada vez que les toca socorrer a los compatriotas afectados por alguna catástrofe natural. Ya quisiéramos que todo funcionara así en México.
Pero justamente por ello, porque son tan ordenados y eficaces nuestros militares, es que, a falta de cuerpos policiacos confiables y efectivos, el Gobierno de este país tomó la decisión de encargarles un asunto tan espinoso como la seguridad pública. Y, para muchos habitantes de centenares de comunidades a lo largo y ancho del territorio nacional, su llegada ha sido absolutamente providencial: han podido recobrar niveles aceptables de normalidad, se sienten protegidos y amparados, saben que la seguridad está garantizada y cuentan con las necesarias certezas para emprender actividades económicas porque no sufrirán la inclemente expoliación de los delincuentes.
No es la mejor de las situaciones, sin embargo: los militares han recibido una formación para enfrentar, sobre todo, a ejércitos enemigos; en estos tiempos, deben también responder a las amenazas de los terroristas, o sea, desplegar sus fuerzas en acciones donde el adversario no respeta regla alguna. Pero su tarea nunca ha sido solucionar el problema de los rateros en las calles o de perseguir a bandas de secuestradores; y, si el poder de las bandas de narcotraficantes ha alcanzado tal dimensión que son ya necesarios el armamento y los recursos del Ejército para hacerles frente, entonces hay que dotar a los combatientes de los sustentos jurídicos para aniquilar al enemigo como en cualquier otra guerra. Así de sencillo.
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