¿Realmente va tan mal el mundo? Pues, el descontento de los ciudadanos es mayor. Miren a los franceses: dejaron fuera, por vez primera en la historia de la Quinta República, a los partidos políticos tradicionales y votaron por un recién llegado —aunque antiguo ministro del Gobierno de François Hollande— y por una extremista de derechas dedicada a sembrar miedos y desconfianzas.
Pero, más allá del rechazo al “sistema” y del oportunismo de quienes dicen no representarlo aunque conozcan perfectamente los trucos para sacarle provechos y ventajas, ¿cómo es posible que un discurso de odio y recetas simplistas pueda cautivar a unos votantes que, después de todo, siguen siendo los primerísimos beneficiarios de la democracia liberal? Es algo difícil de entender porque el futuro desenlace de la aventura populista será, ahí sí, costosísimo para todas las poblaciones. El mero hecho de que Francia pudiere abandonar la Unión Europea y cerrar sus fronteras tendría unas consecuencias colosalmente negativas para la nación gala, más allá de que signifique un gran paso hacia atrás en el camino de la historia.
Los mexicanos también estamos muy inconformes pero, creo yo, las razones para el enojo son mucho más evidentes en este país: bastarían, para abrir boca, la corrupción y la escalofriante inseguridad (luego, de pilón, vendrían otros temas como la pobreza, la injusticia y la desigualdad). Y, desde luego, también se nos aparece en el horizonte la figura de un líder redentor aunque, hay que decirlo, Obrador nunca ha alcanzado las cotas de zafiedad, intolerancia y simple dureza que les hemos visto a Trump y a Le Pen.
El problema, sin embargo, no sólo es la posible debacle económica y social de una nación. El tema más preocupante es que una sociedad no puede renunciar a la razón y a la libertad eligiendo, para ser gobernada, a sujetos cuyas posturas representan un abierto desafío a los principios esenciales de la civilización. Nuestro mundo tiene que ser generoso y los intereses de las clases desfavorecidas no se defienden con políticas de exclusión ni con nacionalismos primitivos.
Por fortuna, el sistema político de la República Francesa tiene sólidos mecanismos de defensa: hay una segunda vuelta electoral. Y, ahí, Marine Le Pen no ganará.
revueltas@mac.com