Quién lo hubiera dicho: ahora es China, un país comunista con una economía de mercado intervenida sustancialmente por el Estado, la que promueve el “libre comercio” mundial mientras que los Estados Unidos, adalides históricos del capitalismo, son quienes promueven el proteccionismo de antaño.
La economía no es una ciencia exacta: Ha-Joon Chang, un pensador surcoreano de la universidad de Cambridge, desmonta, en su brillante ensayo 23 Cosas que no te cuentan sobre el capitalismo (ed. Debate, 2013), la mayoría de los dogmas que promueve el neoliberalismo. Pero, al mismo tiempo, el catastrófico desplome de la Venezuela “bolivariana” y del “socialismo del siglo XXI” nos sirve de ominosa advertencia sobre los excesos del populismo irresponsable.
México, en estos momentos, se plantea el establecimiento de relaciones comerciales con otros países para escapar a la avasalladora dependencia que tiene con la economía estadounidense. Las amenazas de Donald Trump —desde la edificación de un “hermoso” muro para impedir la entrada de inmigrantes hasta la expulsión de millones de mexicanos afincados ilegalmente en el territorio del vecino país, pasando por el cierre de plantas armadoras de coches y la implementación de gravosos aranceles a nuestras exportaciones— nos obligan a celebrar acuerdos, tratados, contratos, pactos y arreglos con naciones que, hasta ahora, parecían no importarnos nada en el tema de intercambiar productos y mercaderías.
De pronto, descubrimos que la Argentina y Brasil existen. Ya habíamos establecido prometedores maridajes con la llamada Alianza del Pacífico —compuesta por los alumnos más avanzados de la clase: Chile, Colombia, Perú y nosotros mismos— pero ahora nos enteramos, ya puestos y bien dispuestos a aplicar medidas punitivas, de que los dos más distinguidos miembros del Mercosur producen toneladas y toneladas de cereales y, por lo tanto, de que podemos arruinar las economías de Iowa y de Idaho.
Ah, pero los brasileños y los argentinos son genéticamente mucho más proteccionistas que los súbditos de The Donald. Por ahí, nos venden trigo y maíz (que, encima, no tenemos cómo desembarcarlo porque nuestros puertos no están equipados pero, en fin, es un mero detallito), pero de que nos compren coches así nada más, pues, ni hablar. La economía, lo repito, es impredecible; pero nuestro divorcio con Estados Unidos es totalmente pronosticable: será dificilísimo.
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