Hay una relación innegable entre el libre mercado y la democracia, aunque subrayar este paralelismo parezca un tanto indecoroso. La abierta elección de diferentes productos, devenida en una costumbre maquinal en las sociedades donde existe una sana competencia entre los proveedores y fabricantes, se extiende al ámbito de la política: para un consumidor regularmente familiarizado con la facultad de elegir entre distintas marcas, la experiencia de no tener la opción de escoger a gobernantes de variadas proveniencias le resultaría totalmente antinatural.
En los tiempos del antiguo régimen —recordemos que hubo elecciones generales en las que ni siquiera se presentaron candidatos de oposición y que durante decenios enteros gobernó un solo y único partido en este país— los compradores no disponían de la abundantísima variedad de artículos que se comercializan ahora en el mercado mexicano: había algo así como tres o cuatro tipos de televisores, no se importaban autos del extranjero y el sueño de cualquier persona de la clase media era viajar a los Estados Unidos —un auténtico paraíso para los compradores— y adquirir allí los deslumbrantes artículos que jamás se exhibían en los desprovistos anaqueles de los comercios locales.
Hoy, México es uno de los mercados más abiertos del mundo y también ha mejorado sustancialmente la atención al cliente, a pesar de todos los pesares. Pero, está comenzando a ocurrir un fenómeno en sentido inverso, a saber, el deterioro de los servicios, con la consecuente rabia de los consumidores. Es algo que reseña Edward Luce, comentarista político, en las páginas del Financial Times que publica este periódico. Habla de nuestro vecino país, donde "hubo una época en que el consumidor estadounidense era el rey". Esos días ya terminaron, debido a que muchos sectores de la economía están ahora dominados por un puñado de participantes que imponen arbitrariamente sus condiciones. Así las cosas, Luce hace una apreciación interesantísima: "Si buscas la clave para entender la rabia del elector estadounidense, hay que tomar en cuenta que éste y el consumidor son la misma persona". Añadan ustedes, aquí en México, el descontento de no poder siquiera consumir por carecer de recursos. O sea, que Trump y los populistas de su pelaje cuentan con una gran clientela. Allá y aquí.
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