En un mundo ideal no habría personas “diferentes” ni distintas religiones. No te enterarías de niños maltratados ni de violaciones ni de masacres ni de nada parecido. La gente viviría feliz compartiendo armónica y apaciblemente los mismos valores, las mismas creencias, la misma visión de las cosas y los mismos propósitos. Pero, miren ustedes, no hay nada de eso: en este perro mundo que nos tocó acontecen espantosas atrocidades, la injusticia es asunto de todos los días, las desigualdades son flagrantes y la crueldad de los humanos brota a borbotones en todo momento, con cualquier pretexto o, peor aún, sin necesitar de justificación alguna.
No todo tiempo pasado fue mejor. Al contrario, hoy disfrutamos de libertades y derechos que hasta hace muy poco nos eran negados, por lo menos en este país. No se puede sentir demasiada nostalgia al rememorar épocas en las que nos sojuzgaba un partido político hegemónico y la figura presidencial no era la de un individuo sujeto a la crítica y la rendición de cuentas sino la de un semidiós todopoderoso cuyos más nimios caprichos debían ser raudamente complacidos.
Pero, a la vez, en este entorno de facultades ciudadanas ampliadas está ocurriendo un fenómeno que no creo haber advertido cuando no disfrutábamos todavía de la imperfecta democracia que tenemos ahora, a saber, la profundísima división de la sociedad mexicana y el feroz encono de unos contra otros. Los destemplados e insultantes comentarios que saturan los sitios de los periódicos en la red no serían más que una muestra de ello. No observamos ahí divergencias ni simples opiniones; lo que nos asombra —aparte de resultar muy inquietante— es el ensañamiento de quienes publican sus mensajes, su facilidad para el insulto y su desatada violencia. Una vez registrado tan brutal sectarismo, la primerísima conclusión que te viene a la cabeza es que las posturas de cada quien son totalmente irreconciliables y que no hay espacio alguno para la más mínima negociación. O sea, que no estamos hablando de conciudadanos enfrascados en un desacuerdo temporal sino de enemigos, de personas que buscan aniquilarse y negarse mutuamente cualquier derecho. Así, ¿qué país vamos a construir en el futuro?
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