Se acabó la fiesta: ha sido ruinoso el paternalismo clientelar de esos Gobiernos suramericanos que tan desprendidamente repartieron dádivas, empleos inventados en la burocracia del Estado, asistencias y subsidios gracias a los altos precios de las materias primas en los mercados internacionales. En Venezuela, además, la política de estatización de la economía tuvo efectos desastrosos en la productividad y en la simple capacidad de proveer bienes de consumo: la gente tiene que hacer colas interminables para adquirir los artículos más básicos y la inflación, un fenómeno que golpea sobre todo a las clases populares, es la más alta del planeta.
Hay quien dice que el régimen "bolivariano" (si lo pudieran dejar simplemente en paz, a Simón Bolívar, y no reciclar tramposamente su figura para ostentar una legitimidad que en momento alguno les otorgó el prócer) ha sacado a millones de venezolanos de la pobreza y que sus políticas sociales fueron beneficiosas; también se cacarean los logros de la pareja Kirchner-Fernández y los resultados del binomio Lula-Dilma. Sin embargo, al final, la factura de los dispendios y de la irresponsabilidad en el manejo de las finanzas públicas ha sido demasiado alta: recesión, endeudamiento, crecimiento del desempleo, reaparición de la pobreza de siempre...
Pero, a ver, la instauración de una sociedad más justa e igualitaria, ¿no debe ser una de las primerísimas finalidades de cualquier Gobierno? ¿No hay que hacer política social? ¿No hay que promover una redistribución de la riqueza para beneficiar a los más pobres? ¿No hay que implementar programas de ayuda para los sectores desfavorecidos?
Al mismo tiempo que se reconocen esas posibles conquistas sociales en Argentina, Brasil o Venezuela, se denuncia que en otras naciones latinoamericanas se gobierna "para los ricos y los poderosos". Y, el hecho de que una colosal tajada de la riqueza nacional se concentre en una fracción muy reducida de la población pareciera dar razón a estos críticos. Sean peras o sean manzanas, en estos momentos ninguno de los tres países puede dar buenas cuentas. No sólo eso: sus clases dirigentes, incluida la casta gobernante cobijada por la señora Fernández de Kirchner, son igual de corruptas y de escandalosamente pudientes que las de cualquier comarca no "socialista". ¿Entonces?
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