Los individuos de la especie humana estamos viviendo más tiempo que nunca antes. El mito del buen salvaje —ese sujeto que, sin haberse todavía contaminado de los usos de la civilización occidental, llevaría una idílica existencia en plena comunión con la naturaleza— es meramente una fantasía de quienes, disfrutando de todas las ventajas de la democracia liberal, necesitan imaginar un universo diferente, algo así como ese paraíso terrenal donde no se aparece todavía la serpiente (¿la modernidad, tal vez?) para tentar a una Eva (mujer tenía que ser, oigan ustedes; y luego nos preguntamos de dónde vienen los oscuros repudios hacia lo femenino) que, desde entonces, simboliza la impureza del mundo.
Pues, los primitivos raramente alcanzaban la cuarentena y morían como moscas, diezmados por la malnutrición y los ataques de los guerreros de la tribu de enfrente que, por si fuera poco, no se limitaban a asesinar al rival y sanseacabó sino que, aparte de saquear las tierras conquistadas y enseñorearse, violaban y esclavizaban a las mujeres. No me digan que ese mundo bárbaro es lejanamente atractivo y no me vengan tampoco con que se pudiera vivir con la más mínima tranquilidad cuando los hombres, amenazados por las fieras y totalmente desamparados ante la devastadora fuerza de los elementos naturales, sobrevivían en un permanente estado de alerta. O sea, que los carcomía el estrés, dicho en moderno.
Con ojear el Antiguo Testamento te basta para que se te pongan los pelos de punta de tanta atrocidad, tanta sangre y tanta violencia. Ah, y no había anestesia para mitigar los espantosos dolores de los huesos rotos, las caídas, las quemaduras, las amputaciones y los destripamientos en batalla. No había antibióticos ni vacunas. A los 30 años ya no tenías dientes y si nacías corto de vista jamás llegabas ni a distinguir por dónde caminabas.
Vienen a cuento estas puntualizaciones porque nos atosiga una suerte de epidemia de oscurantismo supersticioso cuyos agentes patógenos —los ambientalistas fundamentalistas, los heraldos de la derecha religiosa y los ilusos— promueven toda clase de nocivas supercherías. Que les pongan una máquina del tiempo para llevarlos al medioevo, a los tiempos de la peste negra. Sí, eso…
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