Lo primerísimo que debería de despertar las sospechas de quienes se han dejado engatusar por el caudillo populista del momento es su declarada intención de perpetuarse en el poder. Mira —le suelta el cacique al votante— hemos logrado instaurar el "socialismo del siglo XXI" en estos pagos pero, y espero que esto te quede bien claro, quien tiene que seguir gobernando soy yo, ¿me entiendes? Y entonces, el antedicho ciudadano, en vez de alarmarse grandemente de que un tipo proclame tan resueltamente su pasión por el poder personal, le declara su incondicional devoción, sin reparo alguno, sin objeciones, sin escuchar las señales de alarma y sin inquietarse de ceder su soberanía individual, o lo que quede de ella, a un personaje que irá adquiriendo progresivamente más y más atribuciones —comenzará por hostigar a los medios de comunicación que no le complacen y terminará por montar un régimen de terror— hasta lograr un mando absoluto sobre todas las personas.
¿Oposición? Ninguna. ¿Ejercicio del pensamiento crítico? Nulo. El adorador de próceres es la antítesis del verdadero revolucionario en su incondicional y acrítica adhesión a un sistema avasallador que, justamente, persigue ferozmente a los ciudadanos que se atreven a reclamar derechos y libertades. La postura del incondicional es muy cómoda porque no levanta la voz, porque se ha sumado a una manada de seguidores aborregados, narcotizados por toscos eslóganes y lemas vindicativos —el más siniestro, tal vez, es el de "socialismo o muerte" que bramó Fidel Castro en un discurso, en 1989—, y porque se siente cobijado por un aparato que reprime y persigue a quienes no piensan como él.
En la incomprensible Argentina, a pesar de todos los pesares, la señora Fernández de Kirchner no logró cambiar las leyes para ser reelegida. Vamos, ni siquiera pudo colocar a un sucesor a modo. Pero ya Evo Morales va a convocar un referéndum, en febrero, para poder reelegirse en 2019; Rafael Correa, elegido por vez primera en 2009 y reelegido en 2013, comienza a coquetear con la idea de la reelección indefinida; del inefable Nicolás Maduro no creo que podamos esperar que se vaya tranquilamente a su casa. Aquí, Enrique Peña acaba de comenzar sus últimos tres años de mandato. Y, luego, adiós. Así de sencillo. Y así de ejemplar, en una democracia.
revueltas@mac.com