Me imagino que si el presidente Peña Nieto hubiera sabido la agitación no solo mediática, sino política, que el viaje del papa Francisco habría de generar, probablemente no la hubiera promovido con tanto entusiasmo. Desde los debates sobre si es una visita pastoral o de Estado, es decir, religiosa o política (o las dos cosas), hasta la publicación de irregularidades relativas a su matrimonio religioso (que prácticamente lo anulan), pasando por los usos políticos de la visita papal y la negativa del pontífice a recibir a los padres de los 43 (cuya responsabilidad se le atribuirá a las presiones del gobierno), lo cierto es que nada de eso era estrictamente necesario, por lo menos en estos momentos. Pero el entusiasmo del gobierno federal, seguido por más de un gobierno estatal, partió de un cálculo no necesariamente equivocado: la visita, se pensó, traería un respaldo popular muy necesitado. A pocos se les ocurrió que el tiro podría salir por la culata, porque del momento de la invitación al momento de la visita, muchas cosas han cambiado. Para empezar, por el humor de muchos miembros de la jerarquía católica, cuyos dirigentes principales no necesariamente están igualmente entusiasmados con este gobierno. Lo cual se reflejó hace ya tiempo, cuando el presidente actual de la Conferencia del Episcopado Mexicano, el cardenal José Francisco Robles Ortega, en Plena Asamblea Plenaria de los obispos, le pintó al presidente Peña Nieto un panorama poco halagador y menos optimista acerca de la situación nacional. Luego, los obispos fueron a Roma en su visita ad limina (la cual están obligados a hacer cada cinco años) e inevitablemente narraron lo que sucedía en sus diócesis y arquidiócesis. ¿De dónde si no habría de tener el papa un panorama tan negro de nuestro país, que llegó a prevenir a un amigo de los riesgos de una mexicanización (mecsicanización, de hecho, dijo) de Argentina? ¿De dónde si no sacó su idea el papa Francisco de que el diablo (si, el diablo, ni más ni menos), está enojado con nosotros?
Lo malo es que el papa no va a sacar a nadie de dudas, hasta que finalmente diga lo que supuestamente quiere decir. Porque de poco ayudó su videomensaje del domingo pasado, calificado por algunos como "emotivo e intenso", pero que en realidad es tan predecible como somnífero. Dijo allí el papa que su pretensión es la de venir como un misionero de la misericordia y de la paz y que Dios nos quiere mucho, más allá de nuestros méritos. Ah, y venir a ver a la virgen de Guadalupe. Lo cual refuerza la idea de que, en este nuestro pedacito de guerra, no es que él venga a señalar a alguien en particular.
roberto.blancarte@milenio.com