Las notas periodísticas y en general de los medios enfatizarán seguramente, con justa razón, la ampliación que otorga el papa Francisco a los sacerdotes para absolver el aborto. Pero, de hecho, el mensaje que envía Francisco “a cuantos leerán esta carta apostólica Misericordia y paz” tiene un propósito más amplio todavía. Se trata de extender un mensaje de paz, perdón y reconciliación a todo el mundo, poniendo en el centro a la institución eclesiástica, la cual, en tanto que se asume heredera y responsable de una misión divina, se coloca a sí misma como la portadora de la redención y la salvación. En otras palabras, necesitamos paz, para lo cual se requiere el perdón y para ello es indispensable la misericordia. Los sacerdotes deben poner esto en el centro para que, facultados con esta capacidad, puedan distribuirla a todo aquel (o aquella) que ha pecado. El papa anunció en marzo de 2015 un Jubileo o Año Santo, en este caso de la Misericordia, que se celebraría del 8 de diciembre de ese año hasta el 20 de noviembre del actual. Y decretó que los sacerdotes tendrían la facultad de perdonar a todas las mujeres que habrían abortado. Lo que está haciendo ahora es extender este decreto de manera indefinida. Pero no se trata de un perdón abstracto y sin condiciones, pues dice el papa: “Nada de cuanto un pecador arrepentido coloca delante de la misericordia de Dios queda sin el abrazo de su perdón”. El perdón supone entonces arrepentimiento. La segunda condición es que el perdón no lo alcanza directamente el arrepentido, sino que lo otorga la Iglesia. Como señala la carta, “solo Dios perdona los pecados”, pero la Iglesia ha establecido el Sacramento de la Reconciliación o del Perdón, a través del ministerio de la confesión. Lo cual pretende volver a poner a la institución eclesial en el centro de la vida de los feligreses, a través de esta práctica que tiende a estar en desuso. Ya cada vez menos los creyentes católicos creen que es necesario pasar por dicho procedimiento y otras Iglesias lo eliminaron desde hace siglos.
Nada de lo anterior disminuye la importancia de esta carta, sobre todo si tomamos en cuenta que se extiende a otras áreas, por ejemplo cuando el papa invita “a reconocer la complejidad de la realidad familiar actual” y para que los sacerdotes no excluyan a nadie “sin importar la situación que viva”, o cuando habla del “valor social de la misericordia”. Da para mucho más.
 
	