Hace exactamente 500 años, el 31 de octubre de 1517, un fraile agustino, llamado Martin Luther (Lutero) clavó un texto con 95 tesis sobre las indulgencias, en la puerta de la Iglesia del castillo de Wittenberg, en Sajonia, de la hoy Alemania. Aunque no de manera inmediata, a partir de ese gesto, el mundo ya no sería el mismo. El todavía joven Lutero (estaba por cumplir 34 años) no pretendía crear un cisma en la Iglesia, sino simplemente purificarla, renovarla, eliminando la venta de indulgencias para alcanzar la salvación, práctica que se había extendido desde que a alguien, unos siglos atrás, se le había ocurrido la brillante idea de inventar el purgatorio. Lutero no estaba teniendo un gesto inusual, pues era costumbre desde la Edad Media iniciar disputas ideológicas de esa manera. Tampoco fue el primero que combatió las indulgencias y, sobre todo, la venta de las mismas. Pero las circunstancias sociales y políticas de su tiempo, así como del propio medio eclesial y religioso condujeron a una ruptura histórica y a la creación de un infinito mundo de nuevas Iglesias o confesiones cristianas. Lo que Lutero dijo fue muy simple: la gracia de Dios no es una mercancía y no se compra. Ésta le llega al pecador de manera gratuita. Dios no se presta a intercambios mágicos o manipuladores. La salvación individual no se negocia. Luego Calvino llevará esta postura a un punto de mayor radicalismo, al postular que esa gracia no se puede obtener de ninguna manera mediante obras específicas.
La nueva manera de entender la salvación llevó directamente a replantear la relación de los creyentes con Dios y, por lo tanto, al papel de la estructura eclesiástica, es decir, de la institución y de su clero, en la salvación de la humanidad. Condujo a la idea básica de que la Iglesia, como intermediaria, no era necesaria para alcanzar la salvación: “sólo la gracia, sólo la fe, sólo la Escritura (es decir la Biblia)”. Y de allí también surgió la idea, amparándose en algunas epístolas del Evangelio, del sacerdocio universal, es decir, una concepción igualitaria de la Iglesia, que elimina o minimiza la diferencia entre el clero y el laicado. La herencia religiosa, social y política del luteranismo y de la Reforma protestante es enorme. Un ejemplo: las guerras de religión europeas dieron paso a los Estados-nación modernos, surgidos del Tratado de Westfalia, en 1648. El mundo definitivamente cambió gracias a ese fraile agustino.
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