No es que uno descubra complots en cualquier lado o que invente agresiones. La violencia de origen religioso, sin ser la única, brota sin embargo por todos lados. El ataque de un judío ultraortodoxo a la marcha anual del orgullo gay en Jerusalén muestra la fragilidad de las libertades en el mundo contemporáneo y cómo, bajo el manto de la religión, la moral y la supuesta normalidad (que antes se llamaban “buenas costumbres”), se ampara la violencia, lista para saltar a la menor provocación o pretexto. Quienes atacan, asumen que sus verdades son las únicas y, como se dice popularmente, “hasta lo que no comen les hace daño”. Así, desde la misma manera que los yihadistas parisinos del Estado islámico se sintieron agredidos por la publicación de caricaturas con la imagen del profeta Mahoma y decidieron asesinar a los dibujantes que lo hicieron, también el ultraortodoxo de Jerusalén consideró que el desfile del orgullo gay en la Ciudad Santa era una afrenta que no se debía tolerar. No era la primera vez que lo hacía y por lo visto los años que había pasado en la cárcel no le sirvieron para pensar en la necesidad de tolerar a los que piensan o actúan de manera distinta.
Los dos grandes rabinos de Israel condenaron con firmeza la agresión y subrayaron que iba contra la Torá judía. Sin embargo, por lo visto, los mensajes de tolerancia no suelen incrustarse en las mentes de los fundamentalistas e integristas de todas las religiones. Le sucede lo mismo al Papa y a otros líderes religiosos. La razón es que esos mensajes en favor de la tolerancia no suelen ocupar el centro de la prédica y en más de una ocasión entran en contradicción abierta con otras cosas que los mismos dirigentes enseñan. Así, por ejemplo, no se puede decir que la homosexualidad es una aberración y luego predicar que se le debe tolerar y tratar con compasión a los homosexuales. No se puede enseñar que la familia normal es únicamente la formada por heterosexuales y promover que la gente salga a las calles a manifestarse contra los matrimonios entre homosexuales, afirmando que esas personas no deben tener los mismos derechos, para luego pretender que se les trate con justicia. La violencia comienza con el odio y éste se genera muchas veces en las verdades establecidas por la religión. Por eso inventamos un Estado, al que llamamos laico, y que en principio garantiza las libertades de todos. ¿Lo habrán entendido los dirigentes religiosos en México? ¿O no les importará echarle más leña al fuego? Al parecer no, viendo la campaña nacional que lanzaron contra el matrimonio entre homosexuales.
roberto.blancarte@milenio.com
 
	