Política

Hay (quizá) una tímida apertura

Con este asunto de los viri probati, varones probados (en su fe, se entiende), la Iglesia católica en general y el pontificado de Francisco en particular muestran los límites y la posible velocidad del cambio, doctrinal y pastoral. Dice el papa que se debe analizar “si los viri probati son una posibilidad”, así como las tareas que podrían asumir, por ejemplo, en comunidades aisladas. Pero también atajó el asunto diciendo que “el celibato libre no es la solución”. En suma, un pequeño paso para ir avanzando hasta donde se pueda o hasta donde lo dejen, como ya lo hizo con la famosa comisión para analizar el diaconado de las mujeres. Lo más importante es que, en todo esto, el papa Francisco está diferenciando lo que es dogmático e inamovible, de lo que es doctrinal o disciplinario y por lo tanto modificable según las circunstancias. Y lo que ha cambiado es el número de vocaciones. El sacerdocio ya no es atractivo para la gente, como lo era hace todavía algunas décadas. Sobre todo, en las sociedades desarrolladas y crecientemente secularizadas. Y no son únicamente las europeas y de América del Norte. En realidad, la secularización ha puesto en cuestión el papel social del sacerdote, es decir, su importancia, validez y utilidad, incluso en países tradicionalmente católicos como los de América Latina, de donde viene este pontífice. De allí que los únicos lugares donde están surgiendo las vocaciones son África y Asia. El resultado es que el número de sacerdotes por habitante tiende a ser cada vez menor. El promedio en el mundo es de alrededor de 3 mil católicos por sacerdote y en lugares como en México es de alrededor de 6 mil católicos por sacerdote. Es evidente que con esos números la atención pastoral es burocrática y deficiente, lo cual explica en cierta medida las conversiones y cambios de adscripción de muchos creyentes, que se van a otras iglesias o cultos, adonde sí les pueden atender sus necesidades espirituales.

El papa lo sabe y está buscando soluciones, pero también está consciente de que hay muchos en la Iglesia que no quieren cambio alguno. ¿Si no se quiere reformar la idea del celibato obligatorio, dónde pueden estar entonces las nuevas vocaciones? En los casados y en las mujeres. Así que por allí lo intenta el pontífice. Veremos si no le sucede lo mismo que con la comunión para los casados y el lugar para los homosexuales. Pequeñas revoluciones semifrustradas.

roberto.blancarte@milenio.com

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Roberto Blancarte
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