Cada vez que, en estas épocas, paso enfrente de algún edificio público y veo un arbolito de Navidad o, peor aún, un pesebre o nacimiento, me pregunto si la autoridad que lo puso o permitió que lo pusieran allí está consciente de lo que significa en términos de ruptura de la neutralidad del Estado en materia religiosa. Luego me pregunto también si estoy exagerando y si estoy siendo el Grinch de la bonita Navidad que todos deberíamos disfrutar. Lo cierto es que, cada vez más, para bien y para mal, desde la llegada de personajes como Fox a la escena pública, los políticos se han acercado a los símbolos religiosos, en búsqueda de una legitimidad perdida y en supina ignorancia de lo que significa un Estado laico para la convivencia social.
¿Qué tiene de malo, después de todo, un arbolito de Navidad, o un nacimiento? ¿A quién le puede hacer daño un pesebre en un edificio de la gubernatura, en uno municipal, en una delegación o en una institución pública de educación superior? ¿No hay acaso otros problemas más graves que atender? ¿Por qué no darle a la gente lo que quiere, sobre todo si eso genera un ambiente de paz y buena voluntad? Me puedo imaginar que esos pueden ser algunos de los cuestionamientos de las personas que ven todo eso como algo natural, simple y sencillamente porque así ha sido siempre o casi siempre. En otras palabras, han naturalizado algo porque antes era así y porque parece lo más normal o porque nadie lo ha cuestionado o porque quien lo hacía planteaba el tema desde una perspectiva autoritaria, anticlerical. Puede ser incluso que esta naturalización de una costumbre les haya hecho olvidar que el tiempo pasa, que ya no somos la misma sociedad de hace 100 o 60 años y que las autoridades públicas tendrían que ser las primeras en tomar nota de ello.
El verdadero problema, desafortunadamente, se relaciona con algo que va más allá de los buenos deseos navideños o la piedad que produce el pesebre. Tiene que ver con la falta de equidad en el trato a los ciudadanos, con asumir que todos creen o deben de creer lo mismo, con ignorar cuál debe ser el papel de la autoridad en la materia, con la ruptura de reglas de neutralidad de un Estado que debe permanecer alejado de cualquier forma de promoción, o de represión, de alguna forma específica de religión o de creencia. Y por supuesto, con un gobierno, o gobiernos, que violan las leyes. En otras palabras, todo esto tiene que ver, en ese sentido, con la impunidad. En suma, que un pesebre o nacimiento puede tener que vercon todo eso, que poco se relaciona con la paz y la buena voluntad.
roberto.blancarte@milenio.com
 
	