Morena y El Bronco salvaron de la intrascendencia y del hastío abstencionista el pasado proceso electoral.
Morena es cuarta fuerza política nacional y primera fuerza en la Ciudad de México. Para un partido que está en construcción y participa por primera vez en una contienda es una auténtica hazaña. Ningún otro partido emergente (PVEM, Panal, MC, PT) ha registrado en su haber la votación de Morena, lo que habla del torque o fuerza inicial de esta nueva organización.
Si bien su militancia inicial se integra con segmentos y militantes del PRD (partido al que casi empata), Morena ha sumado también sectores de clase media urbana y electores considerados independientes o abstencionistas, que no pertenecen al perredismo histórico. En este sentido, Morena sí suma nuevos electores a la izquierda partidaria y no es una simple recomposición de su voto tradicional.
Esto se aprecia mejor si sumamos la votación de los partidos de izquierda que tradicionalmente se han coaligado en otras elecciones. La suma de PRD, MC, PT y Morena, en esta elección representa 28.42% de la votación nacional, cuando en otras elecciones intermedias o no presidenciales, el porcentaje promedio integrado era de 21%. Es decir, la aparición de Morena y la estrategia de integración de liderazgos regionales utilizada en esta ocasión por MC (Jalisco, Guerrero, Veracruz, Tamaulipas y Nuevo León) se tradujo en un incremento de más de 7 puntos de la votación tradicional de la izquierda.
Con ello, en el plano aritmético, la izquierda en esta elección empata al PRI y deja al PAN en un distante tercer lugar. Este escenario estará gravitando en la elección presidencial de 2018 y será un poderoso aliciente para que la izquierda participe coaligada.
Se dice que Morena dividió, fragmentó y “esquiroleó” a la izquierda en esta elección. Nada más falso. El efecto Morena en la Ciudad de México desmiente esa argumentación. Haber ganado cinco delegaciones y ser segunda fuerza altamente competitiva en cinco más, permitió el fenómeno inédito de la primera alternancia desde y dentro de la izquierda en la capital de la República. El desgaste de 18 años de ejercicio continuo y casi hegemónico del PRD en la Ciudad de México, pudo haberse reflejado en mayores victorias del PRI y del PAN en la capital de la República. Gracias a la participación de Morena, ese escenario quedó superado.
En otras palabras, sin Morena, el PRD hubiese perdido más delegaciones y diputaciones locales frente al PRI y el PAN, de las ahora registradas. La debacle hubiese sido no solo para el perredismo, sino para la izquierda en su conjunto. Por ello, más que dañar al PRD, el objetivo de Morena fue contener el avance del PRI y del PAN sobre la Ciudad de México y ello se logró con creces.
El otro gran fenómeno de esta elección fue la victoria de El Bronco en Nuevo León, como candidato independiente. Cansado de un bipartidismo vacío de contenido social y económico, el electorado neoleonés (pionero en experiencias políticas novedosas o de cambio), giró mayoritariamente hacia una tercera opción no partidaria. El resultado es una llamada de atención a la partidocracia en su conjunto, para evitar monopolizar los canales de participación política, para vincularse más con la ciudadanía y para abandonar la “ley de hierro de las oligarquías” de los sistemas de partidos (Robert Michels).
Solo por estos dos fenómenos (Morena y El Bronco), la pasada elección sí valió la pena.
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