El abuso del puesto en una institución y de los medios de la misma en provecho de quien lo detenta es una fortísima tentación de la que aparecen, por desgracia, frecuentes ejemplos. La misma conciencia de este mal se ve mermada cuando calificamos a un político, por ejemplo, como bueno o al menos aceptable porque "no robó tanto". Además, no basta hablar de los políticos, porque el fenómeno nos toca en muchos ámbitos y niveles.
Combatir la corrupción por supuesto tiene que ver con las leyes y las estructuras, pero en el fondo tiene que ver más con la conciencia de las personas. Pongamos por ejemplo que se crea una nueva figura para atacar este problema, pero la persona que se queda en ese puesto se deja seducir por la tentación del dinero o del poder, o se dobla ante intereses desviados de alguno más fuerte. En este caso la nueva figura no sirve de nada.
La corrupción, decía san Juan Pablo II en la "Centesimus annus", es uno de los obstáculos principales para el desarrollo y para el orden económico. Es contraria tanto a los principios de la moral individual como a las normas de la justicia social e impide que un Estado pueda funcionar correctamente, creando además un clima de desconfianza respecto a las instituciones.
En relación a los fundamentos de la democracia, afirma el "Compendio de la doctrina social de la Iglesia" (n. 411) que la corrupción "... distorsiona de raíz el papel de las instituciones representativas, porque las usa como terreno de intercambio político entre peticiones clientelistas y prestaciones de los gobernantes. De este modo las opciones políticas favorecen los objetivos limitados de quienes poseen los medios para influenciarlas e impiden la realización del bien común de todos los ciudadanos".
No creo que haya nadie en el país que defienda la corrupción como tal y seguramente todos estarán de acuerdo incluso en que debe ser combatida con toda la energía que haga falta. Si el problema fueran los discursos y las opiniones, la cosa ya estaría resuelta, pero como se dice que "obras son amores y no buenas razones", la verdadera prueba está en los hechos.
Se vuelve así de importancia capital el llamado a la conciencia, porque es ahí donde se halla el centro de la cuestión. Para vencer la tentación de la corrupción hace falta una convicción y un compromiso internos para cumplir con las responsabilidades inherentes a una función que más allá de los intereses particulares tiene sentido en el beneficio de todos.