La clase de cine mexicano con intenciones tan serias como taquilleras que hace falta en la cartelera puede verse en La Cuarta Compañía. Esta coproducción de México-España tiene la inteligencia de distinguir lo que sí hay que aprender del modelo hollywoodense. No son las fórmulas, sino la efectividad narrativa, el rigor de producción y la intuición de reconocer historias con potencial. La opera prima de Amir Galván y Vanessa Arreola toma una anécdota verídica, peculiar, poco conocida, con cualidades de cine de género sin dejar de ser ilustrativa de los temas que preocupan al cine nacional.
En los años setenta, el sistema penitenciario en México creó un equipo de futbol americano como iniciativa de readaptación social. Conforme Los Perros, integrado por reclusos del penal de Santa Martha Acatitla, entrenaban e iban ganando partidos, la corrupción del sistema iba desvirtuando su programa piloto. Fuera de la cancha, este mismo equipo fungía como banda delictiva a las órdenes de Arturo Durazo, jefe del Departamento de Policía y Tránsito de la Ciudad de México, quien autorizaba que salieran del penal para robar automóviles y asaltar bancos. El dinero de estos robos iba a dar a las arcas del alto mando policiaco. Para navegar este pantanoso episodio de corrupción mexicana en su máxima expresión tenemos a Zambrano (Adrián Ladrón), el joven protagonista al que veremos ganar respeto y autoridad en la cárcel a costa de su inocencia.
Esta historia pudo caer en manos de algún documentalista que seguramente le hubiera hecho justicia. Pero de la vitalidad y las capacidades del documental en México no tenemos ninguna duda. Es la ficción –en su modalidad de entretenimiento– la que tiene que reincorporarse, volverse influyente. Películas como esta son síntomas de esa posibilidad de mejoría. Sin pasar por alto su minuciosa recreación de época y trabajo de guión, el mayor de sus aciertos es el elenco en el que auténticos reos del penal y actores profesionales comparten escenas en las que realismo social y dramatismo no hacen corto circuito. Pudo haber durado menos, haber balanceado mejor sus subtramas y haber usado diez veces menos el recurso del personaje que pierde el conocimiento y lo recobra en una siguiente escena. Dentro de todo, La Cuarta Compañía vence obstáculos más abominables que los defectos que muestra. Es cine de época, de género, con denuncia implícita, ¡sobre futbol americano!, con tono más arriesgado que la típica sátira política.
“Un Lugar en Silencio”
John Krasinski se sacude su imagen de actor afable para demostrar que tiene una personalidad más interesante como director. Luego de una invasión alienígena que dejó al planeta en condición apocalíptica, los humanos viven permanentemente en alerta de sus atacantes; una raza de criaturas ciegas con un agudo sentido auditivo que les permite cazar mediante cualquier sonido que haga su presa. Entre los últimos sobrevivientes de la Tierra está la familia Abbott, en la que Krasinski y su esposa Emily Blunt interpretan a padre y madre. Descalzos, sin pronunciar palabra, comunicándose en lenguaje de señas y privados de cualquier actividad que emita sonido, los Abbott serán, la mayoría de las veces, más astutos que sus depredadores. La necesidad de romper el silencio irá llegando por diferentes motivos, poniendo a esta familia en el inevitable riesgo de muerte para el que hemos comprado boleto. La sombra de M. Night Shyamalan es notoria en esta propuesta. Lo que mejor hereda Krasinski del creador de El Sexto Sentido es el esfuerzo por una premisa creativa, original, contada con limpieza y solvencia. Siendo la edición sonora uno de los ejes técnicos del cine de horror, el hecho de que una cinta trabaje este elemento con ingenio habla de un director que ha estudiado las tradiciones del cine y sabe darles un giro.
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