Las adversidades del cine mexicano son muchas. Los competitivos estrenos de Hollywood, los prejuicios del público, las poco favorables fechas de estreno que reciben las producciones nacionales, el bajo número de copias con que se exhiben, el corto tiempo que duran en cartelera. Por lo general, una película mexicana encuentra a su peor enemigo entre dichos factores. Cuando los hijos regresan es la excepción, ya que es muy probable que no tenga ninguno de estos obstáculos. Irónicamente, tiene en su director a su peor adversario.
Manuel y Adelina son un matrimonio de jubilados que está a punto de librarse de preocupaciones ahora que su hijo menor, Rafis, por fin ha conseguido trabajo y se independizará. Tan pronto Rafis se despide del nido familiar, los otros dos hijos del matrimonio, que ya habían hecho vida y familia fuera de casa, tocan a la puerta pidiendo asilo a causa de varios infortunios. Al igual que Jennifer Lawrence en Mother!, pero con más lógica, Carmen Maura interpreta a una matriarca que padece visitas inesperadas que maltratan su casa y no tienen para cuándo irse. Dispuesto a todo para recuperar su tranquilidad, el matrimonio trama un plan desesperado para ahuyentar a sus hijos.
Cuando no se trata de apostar a Martha Higareda en busca del verdadero amor en comedias románticas, nuestra industria fílmica podría tener un universo cinematográfico redituable en los remakes de éxitos de taquilla de la época de oro. Buscando replicar el ADN taquillero de Nosotros Los Nobles, esto es: hacer una versión actual de una cinta mexicana de antaño (El Gran Calavera, de Luis Buñuel, en el caso de Los Nobles), la ópera prima de Hugo Lara hace no un remake, sino un callback a Cuando los hijos se van, de Juan Bustillo Oro. Exalta los temas que le hablan al oído a la audiencia: familia y clase, y se propone mostrar, en clave de comedia, qué cambios socioculturales definen a la familia mexicana actual.
La idea suena convincente, incluso necesaria. Pero lejos de hacernos pensar qué tanto han cambiado los núcleos familiares desde los tiempos de Fernando Soler (el patriarca de la historia de 1941) hasta los tiempos de Fernando Luján (el patriarca de la historia en 2017), la única reflexión que produce es lo mucho que ha decaído la capacidad del cine mexicano comercial para contar historias contundentes.
La crisis económica, las preocupaciones (o falta de ellas) de la generación millennial, los hijos ninis que obligan a sus padres a reajustar las expectativas que tenían de su descendencia son conceptos que vagan por la trama y, pese a que los reconocemos de inmediato, es difícil vernos reflejados en esta realidad cercana, pues su guión va despejando el conflicto central con soluciones narrativas de sketch. Su reparto, innegablemente atractivo, la hace navegable. En mi caso, fui a verla intrigadísimo por saber qué motivó a Carmen Maura a cruzar el atlántico para filmar en México. La intriga sigue intacta. Fernando Luján demuestra que es digno de tutear a la legendaria chica Almodóvar, al igual que Cecilia Suárez e Irene Azuela, quienes nunca defraudan.
Con todo y que el guión tiene fallas criticables para escoger, la terrible debilidad de Cuando los hijos regresan es su problemática e insólita puesta en cámara. Principalmente compuesta de planos cerrados, movimientos innecesarios y emplazamientos que impiden disfrutar el curso de la acción y, en los peores casos, conocerle la cara a ciertos personajes, la propuesta visual del director Hugo Lara no es la idónea para que el público acceda al tipo de comedia que quiere lograr.
twitter.com/macsimiliano