No es mi intención abogar por una película que incluso yo considero mala, pero debo decir que Assassin’s Creed no es mala en el mismo sentido que todas las películas basadas en videojuegos lo son.
Situada en el ranking de los títulos más exitosos en su industria, esta franquicia recibe una adaptación ambiciosa, seriamente intencionada, cuya buena pinta de acción con neuronas termina en pura atmósfera.
Callum Lynch (Michael Fassbender) es un criminal condenado a muerte usado por una organización científica para un experimento de dudosa ética. Mediante tecnología experimental que desbloquea sus recuerdos genéticos, Lynch es inducido a regresiones para revivir las andanzas de Aguilar de Nehra, un antepasado miembro de la hermandad secreta de los Asesinos, que vivió en el auge de la Inquisición española del siglo XV.
Lynch hace estos viajes al pasado conectándose a una máquina llamada Animus, que le permite revivir en primera persona las memorias de su ancestro. Detrás de este experimento están los intereses de Alan y Sophia Rikkin (Jeremy Irons y Marion Cotillard), patriarca e hija que justifican sus prácticas como una investigación que erradicará la violencia de la raza humana.
Para vencer la maldición cinematográfica que desde siempre ha impedido la producción de una gran película de videojuegos, los productores de Assassin’s Creed persuadieron al talento actoral más respetable en espera de que su sola presencia le transfiera credibilidad a la película.
Y aunque el hecho de que nombres como Michael Fassbender, Marion Cotillard, Jeremy Irons y Charlotte Rampling estén en sus créditos es motivo suficiente para darle el beneficio de la duda; esta congregación de ganadores, nominados y merecedores del Oscar no equivale a una buena película. Lo que sí hace, y es bastante logro, es distraernos de lo austera que es su trama y lo huecos que son sus personajes. Y si se trata de pensar que el nombre de un actor es aval de un proyecto, Assassin’s Creed es la primera película que Michael Fassbender produce. De ese dolor nos repondremos después.
Lo que los actores hacen por la trama, el director lo hace por la acción. Con buen currículum para trascender la violencia a algo profundo y significativo, el australiano Justin Kurzel (Snowtown, The Turning y Macbeth) nutre de estilo y carácter las secuencias de persecución y combate. Lucen menos gratuitas, menos superficiales y parecen servir a un propósito narrativo más grande hasta que nos topamos con la eterna desventaja del videojuego frente a otros formatos: a diferencia de libros, comics y obras teatrales que gozan de éxito y altas ventas por ser historias que conectan con su audiencia, el videojuego es exitoso por ofrecer otra experiencia a su afición: interactividad, inmersión, atmósfera, pero no necesariamente historia.
Como cada adaptación a un videojuego, Assassin’s Creed es una oportunidad para reflexionar qué se les escapa a los directores de cine al trascender de la consola a la pantalla las premisas de estos esquemas de entretenimiento.
No se me ha olvidado que comencé esta reseña diciendo que Assassin’s Creed no es tan mala como otros especímenes de su género. Simplemente es lenta y aburrida, pero no ridícula, abarrocada, absurda, mal actuada, mal dirigida, caótica, pretenciosa y dolorosa de ver, como generalmente son este tipo de adaptaciones.
@amaxnopoder