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"Nymphomaniac vol. 1", de Lars von Trier

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  • "Nymphomaniac vol. 1", de Lars von Trier
  • Maximiliano Torres

Es irónico que la última película de Lars von Trier sea material prohibido o censurado por gate keepers alrededor del mundo. Nymphomaniac, que cuenta la vida de una mujer adicta al sexo, muestra penes y vaginas con más tiempo en pantalla que otras leyendas del cine explícito. Pese a ello, estamos frente a la obra más ligera, inofensiva y accesible del realizador danés. Cualquiera otra de sus películas resulta más peligrosa, ideológicamente hablando.

Dividida en dos capítulos y editada en partes demasiado explícitas con la finalidad de facilitar su estreno comercial, Nymphomaniac se trata de Joe (Charlote Gainsbourg), una ninfómana (autodiagnosticada) que es encontrada con golpes en un callejón por un hombre mayor llamado Seligman (Stellan Skarsgård), quien la lleva a su casa para brindarle ayuda. Mientras Seligman cura sus heridas, Joe le advierte que, para explicar por qué yacía lastimada en la calle, es necesario que cuente su pasado como ninfómana, una condición que la hace sentir culpable. Un mal ser humano, en sus palabras. A través de pasajes sexuales que van desde su infancia hasta la edad adulta, Joe revelará a Seligman su compleja personalidad.

Más allá del marketing magistral que von Trier comenzó a orquestar para esta película desde su expulsión del Festival de Cannes en 2011, hay que reconocer el potencial en este proyecto. Coloca a un personaje femenino liderando una cinta sobre liberación sexual; esta oportunidad es escasa en el mundo laboral de las actrices.

Como punto de partida hacia lo que no se habla y no se muestra en pantallas comerciales (el sexo desde un enfoque psicológico y no glamurizado), como esfuerzo para mover los márgenes creativos (escenas de sexo real que mezclan digitalmente el cuerpo de actores porno con los protagonistas de la cinta), Nymphomaniac tiene su mérito. Estuve cerca de considerarla un acierto por el sólo hecho de tener atributos inusuales en el cine de von Trier: humor, ritmo, trama entretenida. Lamentablemente, los malos síntomas influyen más.

A nivel de guión, la escritura se siente perezosa, simplona. Poco sabemos y poco aprendemos de los personajes. Es claro que, en su propuesta, el director no pretende contarnos una historia tradicional, con actos y un arco narrativo del que obtengamos respuestas y soluciones. Es claro que, al centrarse en la conducta obsesiva de Joe, el mundo afuera de su recámara no es de interés para el relato. Lo que nos queda es su conversación forzada con Seligman y flashbacks divididos por capítulos que van ascendiendo en tono, dictados por su comportamiento compulsivo.

En ese pequeño universo, la imaginación de von Trier trabajó poco. Cada idea planteada en los diálogos entre Joe y Seligman es remarcada por un comentario frío de él y luego rematada por una metáfora demasiado obvia de ella. “Era como un leopardo” dice Joe sobre uno de sus amantes. Luego, en pantalla, vemos pietaje documental de un leopardo. Sus muchas referencias a arte, literatura, música y religión son tan interesantes como encajadas en una dinámica de diálogos antinatural.

Quienes acudan a este fenómeno buscando shock y rebeldía, se sentirán satisfechos con una película que apenas logra sobrevivir a su hype. Los fans de von Trier notarán que le falta complejidad y está llena de clichés.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de MILENIO DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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